sábado, 9 de abril de 2011

Cambio de ropa

Después de unos días de colapso primaveral, hoy he decidido dar un gran paso. Una de esas decisiones que marcan el fin de una etapa para pasar a la siguiente y que anuncian la llegada del buen tiempo. Hoy me sacaré las botas y me pondré las sandalias. Sin término medio, sin un paso previo, decidida, hoy recibo a la nueva estación convencida de que no hay marcha atrás. Por mi parte, queda inaugurada oficialmente la primavera.

Últimamente he estado recibiendo señales y inputs de que este cambio estacional se iba a producir. El más agradecido ha sido el cambio de luz, pasando del apagado invierno a una estación más luminosa. La ciudad está más viva y vivida. Parece el retorno del "Flautista de Hamelín" con los parques llenos de niños que ya no parecen globos con anoraks. Sin abrigos, gorros y bufandas tienen forma humana y se mueven con libertad. Y mientras el sol aprieta y nuestros hijos tienen ganas de jugar, los padres parecemos percheros con la ropa que les sobra. Porque las prendas de abrigo siguen saliendo de casa debido a los "por si acaso" y "no se nos vayan a constipar" y acaban de figura decorativa en cualquier adulto con cara de "vámonos a casa ya".

A pesar de la claridad del día, a mi me cuesta aclararme y organizarme. Toca cambio de la ropa del armario, desgaste físico y mental. Pero como no es cuestión de retrasarlo más, empiezo con la ropa de mis hijos, que siempre son nuestra prioridad. Y empiezo a abrir bolsas y cajas, no del todo consciente de la que se puede organizar.

Me atrevo a probarles las prendas del año pasado y les da por saltar. Después de ocho camisetas y otros tantos pantalones yo no puedo más. Y a medida que crece su energía y excitación menguan mis pilas y mi paciencia.

Me paro a observar el panorama y hago balance: tengo una ensaladilla de prendas en el comedor, un revoltillo de piezas de colores con las que mis hijos se están divirtiendo cada vez más, montando su carnaval particular. El momento culminante es cuando intercambian la ropa y Jaume me pide que le abroche un vestido de flores. ¿Río o lloro?

No sólo me lo tomo increíblemente bien, sino que decido recuperar mi pasado infantil y volverme más niña que ellos. Doy rienda suelta a la imaginación y nos inventamos una historia de caballeros y princesas veraniegos, con bañadores por sombreros y capas de vestidos de playa. Por un momento, pienso que el binomio educación y diversión es compatible y disfruto con ellos del momento. Me gusta y mis hijos me miran contentos y divertidos. No estoy cumpliendo el objetivo de organizar la ropa, pero estoy viviendo un momento especial. "Mamá, siéntate en el trono, que eres nuestra reina esforzada". Me quedo sin palabras. Estoy asistiendo a una representación del cariño personificado.

Pierdo el hilo de lo que quería hacer, seguro que es más tarde de lo que pienso, pero en este momento no me importa demasiado. Las madres tenemos recursos así que acabaré midiendo la ropa que queda sin probar y aprovechando los vestidos cortos como camisolas con algún leggin que pueda combinar. No puedo dejar a medias esta función que está a punto de terminar. Y la verdad, un rato de reina a nadie viene mal. Nos reímos y nos divertimos. Cada uno tiene su papel, su momento, su rol. Volver a la infancia te ayuda a minimizar las preocupaciones y a recuperar esa inocencia escondida en un baul perdido del pasado.

Después de unos cuantos aplausos y triples bises de funciones repetitivas, intento convencer a mis hijos de que a los actores les ha llegado la hora de ponerse el pijama. Dura negociación de los cinco minutos que se convierten en quince eternos. Voy desprendiéndome de mis privilegios de reina para volver a mis obligaciones de madre y recojo la ropa lo más rápido posible. Apilo unas cuantas torres de Pisa de prendas y retraso el cambio de piezas un día más. Me rìo pensando que todo ha empezado por una sandalias.

Mientras ayudamos a nuestros hijos a ponerse el pijama explican divertidos su tarde festivalera. "Mañana otra vez, ¿vale?" nos piden. Y yo les sonrío pensando que, a pesar de ser un día perdido de trabajo, sus vivas miradas compensan las horas y organización que me esperan para estar a punto y preparados para la primavera.

Txell