martes, 28 de febrero de 2012

Próxima publicación: La penúltima colada...

....o cómo emparejar correctamente todos los calcetines de la familia.

En unos días, el post.

lunes, 20 de febrero de 2012

Primera competición

Primera competición de gimnasia artística de Martina. Nervios e ilusión ante su primer reto. Pese a no encontrarse bien, ella no quiere faltar a la cita. Su deporte preferido, su pasión.

Decenas de niñas con mallots coloridos y peinadas con gomina llenan el pabellón. Me gustan las nuestras, discretas y elegantes. Lucen, porque menos es más. Pelos recogidos con gomina sin purpurina y sin ningún pompón. Madres que estamos aprendiendo a peinar y fijar. Equipo cohesionado que entrena bajo la atenta mirada de sus familias.

La prueba empieza para Martina. El suelo le ayuda a romper el hielo y el ejercicio de salto le hace volar. A partir de ese momento empieza a disfrutar. Se olvida de que no está muy fina y nos transmite su energía y sus ganas a través de su cuerpecito minúsculo que lleva con gracia su primer mallot.

Tras las dos últimas pruebas, la puntuación es lo de menos. Tiene 6 años y está aprendiendo los verdaderos valores del deporte: compañerismo, constancia, esfuerzo y pasión. Eso es lo que realmente importa. Su ilusión es su gran medalla y su familia, siempre, su gran aliada. Y todo este aprendizaje, le acompañará como un gran bagaje para la gran competición de la vida.

¡Felicidades Martina! ¡Y a todo el equipo( incluidas, como no, las entrenadoras)!




Txell

viernes, 17 de febrero de 2012

Virus de carnaval

Una gripe me ha secuestrado estos días, así que mi post de carnaval tendrá que esperar. Realmente es cierto que"la vida es lo que nos va sucediendo mientras nos empeñamos en hacer planes".
Mientras tanto y, para no perder la fiesta de carnaval, unas fotos de Martina y Jaume: un batman enfermito que quiso disfrazarse y que tuvo el humor de posar con esa dignidad que muchas veces le caracteriza, y un conguito estiloso que nos encanta de morena ( felicidades a las "profes" por la idea y el resultado).
¡FELIZ CARNAVAL!








Txell

miércoles, 15 de febrero de 2012

"Carnaval a medias", próximo post

Durante esta semana puedo ser capaz de pintar a Martina de egipcia aunque yo solo me pinte en ocasiones, de idear unas maracas caseras con ayuda de mi familia, de buscar peluca y pendientes y " tunear" unas bambas de negro y de dar mimitos a Jaume cuando, preparado para ir al colegio con los pantalones del revés, se mete en nuestra cama porque un virus de escuela ha decidido fastidiarle la fiesta. "Carnaval a medias", de aquí a unos días, el próximo post.


Txell

sábado, 11 de febrero de 2012

Ahora sí que se acabó la feria...

Hace ya más de una semana que acabó la feria de Sant Antoni. Una feria que, como todos los años se instala cerca de donde vivimos. Después de Reyes y en plena cuesta de Enero, no es el mejor momento para nadie, pero el éxito está asegurado: un lugar estratégico en el que confluyen los caminos de diversos colegios, el ruido ensordecedor que atrae a las nuevas generaciones, las luces, y el olor a algodón de azúcar, almendras garrapiñadas y churros con chocolate.

Nuestros hijos se emocionan cada año. Nerviosos, intentan convencernos desde el primer día para que vayamos. Este año nos hemos adelantado a sus demandas y, como intento de padres organizados, hemos establecido dos días para que vayan a disfrutar de las atracciones. Los niños aceptan, no les queda más remedio, pero cada día que pasa hacen prácticas de negociación.

Por fin llega el día esperado y me aventuro a ir sola con los niños. La agitación y excitación les envuelve y galopan hacia los autos de choque, sin darme tiempo a poder comprar las fichas y hacer las reglas de tres para calcular a partir de cuántos viajes me sale más barato.

Con los bolsillos desordenados de monedas y fichas, intento convencer a Jaume que, con 4 años no tiene edad para subir en los autos de choque. Jaume me mira confuso y enfadado, pero permanece a mi lado, animando a su hermana para que dé unos cuantos topetazos. Con mi hijo de la mano, tengo tiempo de mirar a mi alrededor y veo a un niño con cara de chupete esperando para subir en los mismos autos que he vetado a Jaume. No hay tiempo de reacción porque los niños se dan cuenta de todo: rectifico mi error y Jaume sube en la siguiente tanda, emocionado de poder chocar con su hermana. Me invade un complejo de madre exagerada.

El siguiente paso son las sillas voladoras del carrusel. Recuerdo lo que deseé, cuando era pequeña, subirme en una de ellas. Una ràfaga de nostalgia infantil me envuelve y me traslada a otro tiempo, mientras observo las sucesivas y repetidas vueltas que dan Martina y Jaume.

Los niños siguen corriendo, emocionados, y la música y las luces incrementan la sensación de descontrol. Ahora Jaume quiere subir en los "caballitos" y convence a su hermana que, de buena fe, lo acompaña. Los miro un momento y parecen dos Gulliver en un coche liliputiense. Como un flashback, recuerdo la primera vez que vi a Martina sentada en la misma atracción: parecía que se escurría, sólo asomaba un poco de pelo rizado y se adivinaba su sonrisa. Su manita saludaba a su hermano bebé, que desde el cochecito de verdad y en concierto con su chupete, la observaba. Sin perderlos de vista, pienso en la razón que tienen los que me dicen que disfrute de esta época que, muchas veces, parece agotadora. Realmente, el tiempo vuela.

Interrumpe la escena un revisor de tickets, inexpresivo, que va pidiendo las fichas. Siempre he pensado que son automátas y que están programados para este fin, porque nunca les he visto cambiar el rictus de la cara o mejorar su expresión vacía, de nada.

La tarde continua apresurada. Pacto con los niños dos "cacharritos" más y nuestra marcha, ya que mis bolsillos y mi energía comienzan a resentirse. La caza de patitos les parece una buena opción, más que nada porque hay regalo seguro. Por mucho que nos esforcemos para que no sean consumistas, son niños del siglo XXI. La prisa les puede y, en un momento, tienen la cesta preparada y esperan su trofeo. Sé que han hecho algo de trampa para ir más rápido, pero hago la vista gorda: las madres del siglo XXI también nos tomamos nuestros descansos. Dos intentos de móviles con juegos, que después no funcionan, son el premio a tan poco esfuerzo.

Por último, el regalo de honor para Martina y Jaume: el salto, que forma gran parte de su vida. Las camas elásticas con arnés cumplen la función de hacerlos volar y, no contentos con eso, Martina adereza la sensación con algún que otro mortal que, Jaume, con algo de éxito, consigue imitar. Yo no tengo manos, entre los abrigos, las bolsas de piscina y los globitos que regalan en la feria, pero con un poco de esfuerzo, los consigo grabar, bajo la mirada impasible de los automátas y algún que otro espontáneo que comenta la escena.

El día ha sido agotador y vuelvo a casa cansada. Pero las sonrisas y comentarios de los niños y la emoción que transmiten a través del volumen de voz, me acaban compensando.

El segundo día es algo más relajado: ya no voy sola, y eso se nota. Con el peso de la responsabilidad compartido, los bolsillos pesan menos y el nivel de relajación puede llegar a aparecer.

Los niños nos convencen y nos montamos, los cuatro, en los renos del tren de la bruja. Deporte de riesgo. El túnel está pensado para niños y las cabezas de adultos casi tocan el techo. Por miedo a desnucarnos, Eduard y yo permanecemos todo el rato agachados: una posición incómoda que, combinada con las vueltas, se convierte en algo más que mareo. Reímos por no llorar, mientras nuestros hijos gritan divertidos, agitando los globitos que nos han regalado, cosa que hace que la sensación agobiante crezca por momentos. El tiempo parece pararse, porque la atracción no se acaba nunca. Pálidos, logramos bajar, tomándonos con humor el"¡otra vez!" que piden nuestros hijos, ajenos totalmente a nuestra nefasta experiencia.

Gastamos las fichas sobrantes entre sillas voladoras y autos de choque, en los que nuestros hijos ya empiezan a apuntar como expertos conductores. Yo me río de mí misma pensando en mis miedos de hace unos días. Martina aprovecha el tirón e intenta convencernos para subir en la rana, una especie de pulpo que da grandes saltos, pero su peso pluma no ayuda y, con esfuerzo, le quitamos la idea de la cabeza, sin llegar a sentirnos unos padres rancios. Logramos que se olvide con el broche final (cómo no...): los saltos olímpicos elásticos con volteretas al cuadrado y ovación discreta por nuestra parte.

Con los últimos mortales y unos cuantos euros menos, este año damos la feria por finiquitada. Tenemos muy claro que el año que viene nos volveremos a dejar convencer y negociaremos, pondremos límites y nos cansaremos, pero ya sabemos que es parte de los procesos de validación que pasamos gran parte de padres.



Txell

domingo, 5 de febrero de 2012

Qué poco dura el enfado...

Después de un día intenso, movido, con la paciencia al límite y las neuronas estresadas de repetir tantas veces las mismas cosas, ponemos a dormir a los niños. Es sábado y les toca estar un rato en nuestra cama: un premio semanal que quedó así establecido y se ha impuesto independientemente de los ánimos desanimados con los que muchas veces se llega a esta hora.

Besos de buenas noches rellenos de actos de contricción y promesas que yo siempre creo, repaso de algunos buenos momentos y mi sonrisa algo aliviada pensando que a veces es bueno llegar al final de la jornada.

Cinco minutos, sólo cinco minutos después me encuentro con esta estampa:




Miro a nuestros hijos con cariño y me llenan de ternura. En cinco minutos me ha vuelto a cambiar la cara y vuelvo a tener las pilas totalmente cargadas. Soy una madre encantada y sin ganas de que se rompa el hechizo. Mi memoria se ha reorganizado y pasa a primera fila esta última imagen, mientras una parte del día va a la papelera de reciclaje. Y mañana será mañana, en el que las fórmulas mágicas y matemáticas, salpicadas de imprevisibles vivencias, nunca serán exactas.

Txell

viernes, 3 de febrero de 2012

Alarma nevada

Hoy me ha costado levantar a los niños. Calentitos, en sus camas, les ha caído encima la mañana. Las ventanas reflejan un día frío y da pereza salir de casa. Inventándome la motivación y las ganas, los ayudo a vestir contándoles un cuento, aún soñoliento, sobre su ropa y sus pijamas.

El reloj me espabila y las horas nos marcan el ritmo de la marcha. Los restos de un desayuno con prisa quedan esparcidos sobre la mesa de la cocina y abrigo bien a los niños para salir de casa. Acalorados con sus bufandas y gorros, protestan, porque se sienten demasiado forrados, pero yo actúo de madre convencida y no me dejo intimidar.

Llegamos al colegio a la carrera; hoy no hay bicicleta ya que las previsiones metereológicas apuntan que será un día de frío y nieve algo complicado.

Llegando al trabajo pienso que quizás el anuncio del tiempo ha sido acertado: microscópicos copos de nieve acompañan mi paso. Pero la sorpresa dura pocos minutos: sentada en mi puesto, el paisaje ha cambiado y el día es simplemente frío, gris y apagado.

A primera hora de la tarde empiezan a desarrollarse una serie de acontecimientos que alteran el orden y desorganizan el día: en el trabajo nos dicen que podemos ir a recoger a nuestros hijos al colegio, ya que muchas aulas están cerrando por el riesgo de nevadas importantes. Y al mismo tiempo, recibo un mail de gimnasia extraescolar, anunciando que se suspenden las clases por riesgo de caos metereológico. Realmente parece una broma: miro el cielo desde la ventana y no deja de ser un día frío al que hace tiempo que no estamos acostumbrados.

Ya en casa, Martina está decepcionada: no le han dejado entrar en el colegio por la tarde y tampoco puede ir a gimnasia. " Pero si no está nevando...", nos dice, esperando que nuestra mirada le dé algún formato de respuesta.

La tarde transcurre diferente a cómo nos la habíamos planteado: un monopoly interminable se hace menos eterno que la espera a que se cumplan las previsiones. Los niños, preparados para la nieve, empiezan a sospechar que las botas y los anoraks volverán al armario del que han salido... "Pero...¿Por qué dicen que nevará y no nos dejan ir a ningún sitio, si al final no es verdad?", nos insiste Martina.

La verdad es que yo pienso lo mismo. Por querer evitar el caos que podría provocar un día de nieve en Barcelona se ha creado más desorganización y desinformación. Hoy no siento que estoy en una ciudad cosmopolita: es una ciudad amedrentada y que se siente poco preparada para un acontecimiento natural: complejo de inferioridad ante la fuerza de los elementos. ¿Realmente es para tanto?

Por suerte, Jaume me roba una de las sonrisa del día. Antes de acostarlo, me mira serio y, lleno de razón, me dice: "Mamá, ¿Sabes qué? Hoy no hemos ido a gimnasia, pero el próximo día que digan que nevará, podemos ir, porque seguro que se lo vuelven a inventar". Martina asiente ilusionada.

Con esta lógica aplastante, no entiendo por qué los adultos nos empeñamos tantas veces en tomar decisiones que hacen de lo sencillo algo tan complicado.


Txell