domingo, 1 de mayo de 2011

Madres

Hoy es el Día de la madre. Me gusta este día; es un reconocimiento especial a un modo de ser, al esfuerzo y el trabajo que durante todo el año regalamos a nuestros hijos. Es una jornada en la que las mamás nos sentimos algo importantes porque nuestros hijos nos felicitan y que ya nos sirve 364 días restantes de dedicación sin descanso.

Mis hijos llevan unos cuantos días revolucionados. Me miran con cara de que me están preparando alguna sorpresa en el colegio y cuchichean entre ellos. A veces puedo escuchar algo de lo que dicen porque no acaban de controlar el volumen del susurro, pero disimulo con total credibilidad. Martina me hace alguna pregunta sobre mis preferencias de colores y Jaume los lleva tatuados en la bata. Disfruto viendo la ilusión que transmiten y agradezco a las profesoras el esfuerzo de pensar, diseñar y decorar detalles para las madres, teniendo en cuenta la precisión manual que tienen los preescolares.

Pienso en todas las madres que recibirán los regalos. Cada una diferente, con su historia, su vida, sus deseos, sus preocupaciones....pero con la misma ilusión ante las sorpresas de su hijo. Un beso, un abrazo, una caricia, una mirada, una sonrisa....decenas de agradecimientos en múltiples formatos, desde el más contenido al más ilusionado, convirtiendo el instante en único e irrepetible. A veces me gustaría vivir en la fotografía de estos momentos y paralizar el tiempo eternamente. Pero la vida sigue, así que guardo el recuerdo y me sirve de retroalimentación para las rutinas y luchas diarias.

Y es que ser madre es lo que tiene. Es una mezcla de contrastes continuos, explosión de sentimientos, control de los límites y cariño desbordado. Un cocktail explosivo en el que nos vemos inmersas, en el que aprendemos sobre la marcha gracias a nuestro sentido común e intuición. Ser madre es una transformación en la que ya no se vuelve a ser una misma, sino la "madre de", tanto en categoría social como en comportamiento. Y aunque, en principio, se trata de una decisión pensada y consensuada, fruto de un acto de amor en todos los sentidos, las consecuencias de la misma pueden llegar a desbordar hasta a la persona más sensata.

En mi caso, muchas veces me cuesta reconocerme y pienso donde está aquella Meritxell, entendida y aficionada al cine, que ahora no ve ni un personaje humano en la televisión; que podría impartir un máster en dibujos animados, pero que es incapaz de reproducir el título de los últimos estrenos de la cartelera.

También me pregunto dónde quedan mis conversaciones de pareja, temas de actualidad, planes de futuro, que se han sustituido por "qué han comido los niños", "cuándo se van de excursión","has puesto la nota en la mochila", "hoy han hecho o han dicho" o "necesito un balneario".

He cambiado las terrazas donde ir a tomar una copa por los parques de la ciudad, las cenas en restaurantes por menús infantiles, los cines por ludotecas y el periódico diario por el cuento para dormir.

Mi armario destila esencia de madre. Ropa cómoda y resistente a babas, mocos y manos pegajosas, chocolate y " chuches". Predominan los leggins, tejanos y camisetas junto a algún vestido con escote y largo controlados, no vaya a ser que, mientras lleve colgado a alguno de mis hijos después de un salto desde el tobogán, la prenda se descoloque de tal forma que pueda llegar a dar alguna alegría al personal.

Nuestra casa huele a niño y a juguete desperdigado. Hogar de trote, pero hogar vivido. Y en medio de todo nuestros angelitos, torbellinos endemoniadamente encantadores. Parece mentira: son nuestros, tan deseados...

Son el centro de nuestras vidas, de esos padres piltrafillas que querrían llegar a todo, que se quedan a medias, que muchas veces dudan de sus capacidades. Que estando muchas veces al límite, cansados y con pocas fuerzas se plantean si vale la pena todo el derroche de esfuerzo. Pero que una sonrisa de sus hijos, sólo una, les devuelve, en cuestión de segundos, la ilusión por seguir ahí, al pie del cañón, vitaminados para las próximas horas de descontrol controlado.

Hoy me gustaría felicitar a todas las madres que se sienten como yo, que piensan que tener hijos es lo mejor que les ha pasado en la vida, pero que, de vez en cuando necesitan respirar para poder explicarlo. Y mientras disfruto del día, luzco orgullosa los regalos que me han hecho Martina y Jaume: un broche y un collar de confección manual, de diseño exclusivo y de valor incalculable.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

felicidades Mama!!! no puedo estar mas de acuedo con tu parrafo final!Sara

Anónimo dijo...

Se m'ha posat la pell de gallina, Meri, aixxx!! quantes coses i quantes veritats. Enhorabona, un cop més, m'ha agradat molt!
Silvia

merihc dijo...

Gracias por vuestros comentarios. Y felicidades también a vosotras, Mamás con mayúscula.

Anónimo dijo...

Ostres Meri,
Amb retard llegeixo el teu post: QUÉ BO!!! Cuànta saviesa quotidiana a les teves paraules. L'enhorabona i gràcies per posar una mica de sentit de l'humor en la nostra quotidiana realitat.
Joaquim (un pare)

merihc dijo...

Gràcies Joaquim. Els pares també teniu molt a veure en tot aquest viatge....