martes, 29 de marzo de 2011

Tres días sin rabietas

Estoy desubicada. Mi hijo Jaume, de tres años lleva tres días sin tener ni una sola rabieta. Es la época más larga que ha tenido desde que empezó a utilizar este sistema. Parece extraño y no nos lo acabamos de creer; nos hemos acostumbrado de tal forma a su tozudez que lo que está pasando estos días nos tiene descolocados.

Lo observo para comprobar si es el mismo niño. Tiene la misma cara de pillo de siempre. Le sonrío y me devuelve la sonrisa. Es un conquistador, a veces me lo comería.... La verdad es que está igual, le han crecido los rizos pero nada más.

Martina, de cinco años, tampoco entiende nada. Su hermano está contento todo el rato: le pide los juguetes y no se los arranca de las manos, la abraza sin apretar de más y le llama princesa. Ademàs, hoy han jugado más de una hora a médicos y ha sido el paciente todo el rato. La armonía preside la tarde.

Preparo la cena sin interrupciones. La pechuga rebozada queda uniforme y crujiente. Hoy no parezco "Chiquito de la Calzada" entrando y saliendo para evitar un estirón de pelo porque yo quería ganar, los animalitos de plástico volando por el comedor ( después de haber probado varios lanzamientos contra su hermana) o los combates de pressing catch infantil.

Eduard los avisa para la ducha y recogen los juguetes a la primera y al cincuenta por ciento, ayudándose y sin rechistar. Aparecen los dos en la cocina, sonrientes. Martina me dice: "Mamá, Jaume ya me quiere" y yo le contesto que siempre es así. Me responde: "Ya, pero estos días se nota". Jaume va asintiendo con la cabeza. "Sois unos guapos. Me gusta veros así". Y ellos salen disparados hacia el baño: "Papá, ¡mamá está muy contenta!". Tras unos segundos de éxtasis maternal, la sopa me devuelve a la realidad; he de apagar el fuego, aunque, en estos momentos, el de mi corazón quema más que nunca. Me olvido del cansancio del día y acabo la cena.

Oigo risas en el baño y los tres me llaman para que vaya. Se están partiendo y yo no entiendo nada. Intentan explicarme una cosa que ha pasado en el colegio, pero no pueden acabar las frases. Se tronchan y yo les sigo el juego. Tenemos una fiesta en tres metros cuadrados.

Empezamos a cenar. Les encanta lo que toca hoy y me lo dicen cincuenta veces por dos, porque Jaume repite lo que dice Martina. La hora de masticar no se eterniza y en poco tiempo el plato está vacío. Se respira buen ambiente, mañana tendremos agujetas de tanto sonreír.

Después del postre les doy una galleta ( de las de comer). La de Jaume me sale partida....y escucho sus protestas: "La galleta está rota". Cruzo los dedos y cierro los ojos:ahora seguro que la arma. "Es igual, haré un puzzle....". Eduard y yo nos miramos con cara de póker, aguantándonos la risa, pero pasamos el cásting de actores con éxito. La verdad es que no me lo puedo creer, creo que voy a mirar si tiene fiebre.

Los voy a acostar, pero antes toca el repaso de gomets. La tabla de Martina está abarrotada de caras contentas; la de Jaume, un desierto, con alguna pegatina pululando. Hoy engancharemos todas. Le miro la cara y está resplandeciente de felicidad. Les explico un cuento con intención y expresividad y los lleno de besos antes de dormir.

Vuelvo a la cocina cargada de optimismo. Me siento bien, nada cansada. Hago bromas con Eduard y solucionamos tres temas en los que llevábamos una semana encallados. Me ilusiono pensando que nuestro hijo se hace mayor, que quizá el tema de las rabietas es evolutivo y que con el tiempo se irán solucionando. Tal vez es un espejismo, pero tengo la sensación de que nuestro esfuerzo diario está dando algún fruto, aunque no olvido que tiene su temperamento.

Voy a dormir y no me desplomo en la cama. Hoy parece que levito. Estoy contenta y me siento llena de energía para afrontar otro día. Me duermo sin fruncir el ceño y siento que mi piel está relajada. Hoy no contaré ni una ovejita estresada.

La noche me pasa volando y me planto en el día siguiente con la sensación de haber descansado más que nunca. Continuo instalada en mi ilusión cuando Jaume se olvida de los buenos propósitos ¡No!

Se organiza un piromusical de rabietas con volumen ensordecedor. Respiro. Respiro más. Y vuelvo a respirar. Cada vez más seguido, parecen los ejercicios preparto. No dejo que los nervios me ataquen pero es difícil. Me voy a la otra punta de la casa e intento ignorarlo.

Cuando estoy a punto de tirar la toalla se hace el silencio. Oigo unos pasos por el pasillo, pero yo sigo con mis cosas. Aparece una cara llena de mocos con aspecto de arrepentimiento. "¿Me secas las lágrimas para estar guapo?". Sin mediar palabra voy limpiándole la cara. "Mamá, quiero ser mayor como un papá". Lo abrazo. "Lo sé, Jaume". Martina se une; somos un mini equipo cohesionado. No decimos nada más, pero permanecemos un rato bien apretados.

Nos despegamos y pienso en lo difícil que es todo esto. Ser padres es una mezcla muy fuerte de sentimientos; es difícil encontrar la combinación perfecta para mantener el equilibrio. No hay fórmula mágica, es puro tanteo. Dudas constantes, pequeñas conquistas en la batalla de educar, pruebas continuas y amor al límite. Ensayo y error, no hay manual.

No me da tiempo a pensar más, ni a ponerme filosófica. Mis hijos están preparados en la puerta de casa. Me esperan con los abrigos puestos y las mochilas en la espalda. Así que decido ponerme las pilas y afrontar el día confiando en que dentro de poco podremos celebrar los cuatro días sin rabietas.
Txell

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mi bolso

Mi bolso es un hábitat desconocido, un lugar donde conviven todo tipo de utensilios con el fin de ser utilizados. Algunos tienen una vida movida y alegre y están entretenidos de tanto entrar y salir. Otros, sin embargo, no corren la misma suerte y quedan olvidados en el interior, esperando una oportunidad, que alguien se acuerde ellos y les de un poco de vida y animación.

Hoy parece que todos van a ser tratados como merecen. He cogido el bolso y he notado que pesaba más de la cuenta, que quizá había llegado la hora de revisar lo que hay dentro, eliminar trastos inútiles y recuperar otros olvidados que todavía no han cumplido ninguna misión.

Sé de una persona que, llegados a este punto me preguntaría si también llevo ceniceros de mármol, por el peso y la consistencia....no lo negaré, a veces me cuesta organizarme y en mi día a día hay poco tiempo para prestar atención a según que cosas. Lo urgente e importante pasa por delante de todo lo demás. Pero antes de que mi espalda empiece a sufrir más de la cuenta procederé a una buena revisión del mismo.

El primer paso es buscar un lugar tranquilo y un momento relajado. Los niños están viendo "Toy Story 3"( qué acierto de película), así que, como mínimo, tengo más de media hora asegurada.

Voy a nuestra habitación y vacío el bolso, la caja de Pandora. Elijo el monedero, de aspecto abultado. Está lleno de tarjetas: supermercados, mutuas, dnis, seguridad social, tiendas ( la mayoría de niños) , club super tres, farmacia, tarjeta del trabajo...creo que la mitad no las utilizo, así que las guardo en el cajón por si acaso....esos por si acasos que no se cumplen nunca, pero que me dan seguridad. ¡Oh, acabo de descubrir una tarjeta regalo de un centro comercial...¿Tendrá saldo? A mi estas cosas me emocionan, son sorpresas insignificantes que me dan unos momentos de felicidad.

Abro la cremallera de las monedas y salen disparadas....las cuento: 5,25 euros en monedas de 1, 2, 5, 10 y 20 céntimos en su mayoría....creo que voy a hacer felices a mis hijos, les regalaré el dinero para la hucha, les va a encantar el ruido de las monedas al caer...Siempre me pasa lo mismo....voy a las tiendas con prisa, compro y voy acumulando dinero y después el monedero no cierra ( ¡ay, esa previsión!).

Miro la parte de los billetes.....la verdad es que hay pocos, pero el espacio que queda está abarrotado por tickets de compra. Los guardo para llevar un control y al final siempre quedan apretujados y medio borrados. Tengo del 2010.... ¡Tickets fuera!!

Junto a los tickets también tengo vales de tiendas; es el destino de cualquier madre: compras alguna cosa para tus hijos, no estás segura de la talla y la dependienta te dice: "si no le va bien, te podemos hacer un vale". Típica frase que te inspira confianza....hasta que llegas a casa, compruebas que cada tienda tiene el tallaje completamente distinto y que vas a tener que volver a ver a tu querida dependienta....Y no sé que es lo que me da más pereza: volver a la tienda, acumular un nuevo vale o pensar que tengo que volver a probar cualquier prenda a mis hijos ( siempre les da por correr y saltar....).

Observo el monedero. Ha recuperado su forma inicial y los botones y cremalleras cierran a la perfección. Descubro un último compartimento con fotos carnet de mis hijos. ¡Zona intocable! Las miro y me hacen sonreír. Tres minutos agradables en medio de mi desorden.

Continuo con la organización: dos paquetes de kleenex y uno de toallitas. Vuelven al bolso inmediatamente. Aunque ha llegado primavera, la temporada de mocos no ha finalizado, así que creo que todavía pueden dar un buen servicio.

También encuentro tres bolígrafos (hay dos que no funcionan), dos colores, una goma, un lápiz sin punta, tres clips para sujetar papeles y cuatro post-it con la lista de la compra, entre los que aparece un papel con letras infantiles: "Tastimu mol mara" . Me emociono y se me ponen los ojos de japonesa. ¡Qué dulzura! Me encanta esta forma de comunicación con mi hija; voy a guardar el papel en el cajón de los tesoros.

Siguen saliendo tesoros: un chuchachup y tres sugus pegajosos (intento sacar el papel para comerme uno, pero está totalmente enganchado), dos gormiti, una kitty en miniatura, tres sorpresas de los huevos Kinder y cuatro cartas del código Lyoko. Siempre pasa los mismo: los "guegos" ( como dicen mis hijos) y las sorpresas hacen mucha ilusión los primeros cinco minutos....después ya viene el: "mamá, ¿me lo guardas?" y de ahí a perdidos en el bolso.

De repente me coge la risa: llevo una brocha y maquillaje en el bolso.¡No lo sabía! Volveré a dejarlo para esos momentos de retoque personal...¿Qué momentos? Bueno, quizás ha llegado la hora de no tener tanto aspecto de madre...

Sigo seleccionando cosas hasta que oigo un: "¿qué haces mamá?". Ha pasado más de una hora y no me he dado cuenta. La película ha acabado y mis hijos empiezan a tocar todo lo que todavía está fuera del bolso. Me preguntan, me quieren " ayudar".... Creo que ha llegado el momento de poner fin a mi primer round de orden. Meto todo lo que queda en el bolso y lo aparto de la vista. Mañana será otro día con otro tipo de prioridades. Y tal vez dentro de algunas semanas vuelva a encontrar otro de esos momentos para poder revisar y organizar esa porción de mi vida metida en un bolso.


Txell

martes, 1 de marzo de 2011

Jornada diaria intensa

Hace años que no pongo el despertador, pero siempre me levanto a la hora o mucho antes. Mis hijos no entienden de cansancio, sueños, días laborables o fines de semana. Antes de que pueda abrir los ojos, oigo alguna de sus vocecitas. A partir de ese momento, el día ya no me pertenece.

Si es Martina, de cinco años, me llama desde su habitación y cuando voy a buscarla me recibe con una sonrisa. Muchas veces me explica sus sueños, algo que me da pistas sobre sus alegrías y preocupaciones.

Jaume, de tres años, es diferente. Aparece en nuestra habitación, con cara de sueño y sonrisa pícara. A veces trae buenas intenciones y nos dice que ya es mayor y no tendrá rabietas. Y yo lo miro, y hago ver que me lo creo, no sé si para motivarlo o para autoconvencerme.

Prepararlos para ir al cole es una competición a contrarreloj...hace tiempo que no noto la temperatura ambiente, porque siempre estoy acalorada. Y miro la hora y siempre es más tarde de lo que pensaba...yo creo que, por las mañanas, el tiempo va diferente.

Toca vestirse y los encuentro haciendo luchas en nuestra cama; luchas de hermanos, uno más de su juegos, pero cada día gasto la palabra "cuidado" y ellos están tan acostumbrados a oírla que no atienden hasta que la digo bien fuerte.

Con los años, me he organizado un poco y la noche anterior les preparo la ropa; así, lo que toca, toca.... Pero Jaume es un fanático del rojo (coincide con su personalidad) y si fuera por él, todos los días iría vestido de ese color. Como es de suponer, con tres años, no va atener un armario monocromático... Así que, si no hay rojo y se le cruzan, ya tenemos la rabieta... Cuesta mucho no ceder, pero me mantengo firme: no quiero que sea el protagonista de "Hermano mayor" de aquí a unos años. Ya sabe que no hay negociación, pero lo intenta....y normalmente vamos a desayunar con hilo musical incorporado, lloro constante. Por suerte, le pasa rápido.

El momento del desayuno también tiene su historia. Yo no sabía que a los niños les hacían ilusión cosas como partir yogures, abrir la tapa o los paquetes de galletas. Para que no haya discusiones, cada día, uno de nuestros hijos parte los yogures....¡Y tienen los turnos controlados! Se sientan en la mesa de la cocina y oigo algún "me toca" y en el fondo me río de la simpleza de algunas cosas. Yo también desayuno con ellos: de pie, a medias, como sea, pero necesito energía que el día se presenta movido.

Miro el reloj, el tiempo pasa volando. Tengo diez minutos para arreglarme. Me miro en el espejo. Tengo cara de madre....de madre agotada con cara de sueño. Me lavo la cara....ahora me veo algo más despierta. Ya no tengo más tiempo para analizarme porque aparece alguno de los dos, así que me visto en tres minutos y salgo de casa con cara de prisa. Las mochilas, las chaquetas, la bici, no encuentro el móvil, mamá quiero llevar un cuento al cole, mamá quiero apretar el botón del ascensor....uffff no acabamos nunca.

Por fin estamos en la calle. Paramos en la tienda del padre de las criaturas y vamos todos al cole, que está a tres minutos. La familia feliz apresurada. Los niños hacen carreras, a veces pienso que acabarán rodando, porque cogen gran velocidad. Llegamos a la escuela y nos despedimos con mil besos y abrazos. Los miro por la ventana, los saludo otra vez y sonrío. Y respiro.

Voy al trabajo en bicicleta y me da por pensar. Estoy agotada y no ha empezado mi jornada. Es duro ser madre, pero no soy la única. Hay millones de madres que hacen lo mismo que yo, millones de padres que intentan llevar a sus hijos de la mejor forma, como saben o como pueden. No es fácil....

No llevo ni la mitad del trayecto y vuelvo a pensar en mis hijos. Se me ha olvidado por completo la mañana de locos. Ya tengo ganas de que sean las cinco de la tarde para volverlos a ver.