jueves, 29 de marzo de 2012

Rodilleras y pantalones

8:45 de la mañana de cualquier día. Salgo apresurada con los niños para ir al colegio. Siempre corriendo, nos levantemos a la hora que nos levantemos. En el ascensor, paso revista y compruebo que no nos hayamos dejado nada: mochilas a punto, bocas y dientes limpios, narices sin mocos, niños peinados (o eso pretendo), bici, bolso y móvil.

Tras la eterna disputa por apretar el botón del ascensor y después de poner bien el cuello de la chaqueta de Jaume, me detengo en sus pantalones: un minúsculo agujerito adorna la rodilla. En tres segundos cambio de opinión tres veces para acabar decidiendo que no vuelvo a entrar en casa para cambiárselos. De forma ingenua le digo a nuestro hijo que no lo toque, ni lo haga más grande. Jaume asiente con una cara poco creíble, pero la prisa me ayuda a creer que puede ser posible.

Con los niños en el colegio, me voy al trabajo en bici. A pesar del ruido ambiental, pedaleando, me evado y refugio en mis pensamientos. Es mi momento de desconexión, en el que no intento ordenar tipos de prioridades que a veces asoman por mi mente.

La jornada laboral transcurre sin ninguna emoción, totalmente previsible. A veces echo en falta algo más de creatividad, pero no me quejo. En tiempos de crisis, tener trabajo, es todo un privilegio.

5 de la tarde. Voy a recoger a Jaume al colegio. Sonriente, siempre me alegra el reencuentro. Desteñido de escuela y con las gafas con algún churrete, me señala sus pantalones: "Mira, mamá, me han hecho una falta jugando al fútbol y me he caído".

Pues vaya: yo no sé el artífice de la falta, pero parece de la categoría de algún jugador de equipo de primera división ( que prefiero ni nombrar, porque ni se lo merece). Desastre total: El agujerito se ha convertido en un socavón, mostrando unas rodillas, como siempre con alguna "marca de guerra".

Haciendo ver que me lo creo completamente, le digo que ya buscaremos una solución. No vale la pena enfadarse. Yo ya sé que no sólo ha sido una falta de fútbol, pero la versión ya se irá aclarando. Aparte de las veces que se tira por los suelos, me temo que un dedito ha ido hurgando y hurgando, y dando vueltas y más vueltas hasta completar el estropicio. Supongo que algunas clases de P4 son demasiado repetitivas y hay que distraerse de otra forma.
Mis sospechas se confirman a las primeras de cambio, cuando Jaume se pone a jugar con el agujero,diseñando un círculo concéntrico de importantes dimensiones. Cuando se da cuenta que lo miro, disimula, pero yo ya lo he pillado.

Antes de que nos quedemos sin pantalones, volvemos a casa, haciendo una parada técnica en la mercería, no sin antes encontrarnos algún vecino que mira de reojo el pantalón de Jaume. La dependienta, al vernos llegar, ya nos pregunta el color y, con Jaume sobre el mostrador, luciendo su obra de arte, elegimos el más parecido.

Hace tiempo que ya no me complico la vida y, en según que cosas, priorizo practicidad a diseño. Por eso, soy consumidora de rodilleras ovaladas y resistentes, que son las que intentan cumplir mejor su función. Todavía me río pensando en mis primeros pasos con Martina: dibujos y formas de diferentes tamaños que, en la mayoría de los casos, no llegaron a durar más del día de lucimiento.

Ya en casa, me pongo a planchar rodilleras, ya que hay otros dos pantalones sobre la tabla, también esperando ( es increíble la acumulación de tareas de todo tipo que genera una familia...). Los del chándal del colegio necesitan doble refuerzo; me parece que no van a resistir toda la temporada. Pienso que da igual la calidad de los pantalones, todos acaban sufriendo. Tener pequeños terremotos en casa ponen a prueba la resistencia de todo tipo género.

Mientras plancho e intento alinear rodilleras, Jaume, entretenido, juega con otro pantalón. Rasca y rasca, hasta levantar una rodillera. ¡No puede ser! Creo que le voy a poner un sensor en los pantalones que le dé un pellizco cada vez que los toque. Me controlo para no gritar y parece que la paciencia ha ganado a la voz. Por enésima vez le explico que la ropa es ropa y que tiene juguetes para distraerse, y quiero creer que lo entiende. Seguro que lo entiende, pero se despista; y no lo puedo juzgar del todo porque, en gran parte, es herencia materna.

Buscando algo de protagonismo, Martina me dice que también tiene un agujerito en los leggins. Me fijo y podría llegar a ver un puntito, aunque poner una rodillera ya sería pasarse. A veces, en casa, las cosas han de ser tan milimétricamente iguales, cuando ellos son tan diferentes, que me sorprenden. Rivalidades compartidas que, llevadas con mimo, pueden ayudar a aprender y crecer, pero con padres a prueba de desgaste.

Pensando en estas cosas, empalmo plancha con baño y cena, sin plantearme la costura para rematar la faena, y se me va el día con la historia de tres o cuatro rodilleras. Cotidianidad pura y dura; es increíble lo que dan de sí unos cuantos pantalones. No quiero pensar en la llegada del buen tiempo, cuando las protecciones den paso al pantalón corto y las rodillas entren en contacto directo con el suelo. Entonces, la inversión familiar cambiará, optando por agua oxigenada y tiritas.

Txell

lunes, 19 de marzo de 2012

Día del padre

19 de Marzo. Día del padre. Nuestros hijos no se lo piensan: Con besos infantiles y mañaneros, dulcemente, (o no tanto) le despiertan. Hay prisa para ir al colegio, pero para estas cosas siempre hay tiempo. Sonrisas legañosas y un “Felicitats Eduard!” con todo el sentido. Es el padre de nuestros hijos, mi compañero, pareja y amigo, y estamos juntos en un gran proyecto: educar y ayudar a nuestros hijos a ser felices y a saber valorar lo que tienen. Difícil reto, pero no imposible, si a ello le añades dosis de cariño y ganas, tolerancia a la frustación, energía, paciencia, sentido del humor (a veces en cuarentena)... y alguna cosa más, que el día a día no te deja olvidar.

Me pongo a pensar y vuelo, como siempre. Recuerdo cómo nos conocimos y la espontaneidad del momento. Tan diferentes, pero iguales en lo básico. Mi impulsividad y sociabilidad contrarrestan con su discreción y análisis, y la combinación, si es compensada, nos ayuda a no pasarnos al extremo.

Eduard ríe con mis ocurrencias, dejándome que le explique, sin cortarme las alas, pero sabe hacer que yo misma sea consciente del aterrizaje. Amor condensado que se ha ido transformado en reposado y que a veces juega al escondite mientras hacemos de padres. Pero siempre se deja, y siempre lo atrapamos, en sus múltiples formatos. Pese al desgaste y a las obligaciones, los dos lo tenemos claro.

Me gusta ver a Eduard con Martina y Jaume. Su rigor y pautas se visten de explicaciones lógicas, al alcance de los niños, que muchas veces me sorprenden positivamente. Y a la vez, sabe expresar gran cariño y decir con palabras lo que muchos padres no se atreven, quizá porque la etiqueta masculina lo prohíbe.

Me encanta cuando ríen los tres..y unirme a la fiesta. No me extraña que los niños le adoren, porque es un padre comprometido, con mayúsculas. Hay fotos que lo dicen todo:



Ya hace tiempo que no puedo ir con él de la mano, porque los niños se la rifan, contentos de pasear con su papá. Pero la estampa me gusta y, observándolos, me olvido de algunos de nuestros desacuerdos, acordando que la próxima vez lo intentaremos hacer mejor. Las ganas compartidas, lo pueden todo.

Hoy me gustaría felicitar a todos los padres que están encantados de serlo y que, a pesar del cambio de vida, disfrutan de la etapa única e irrepetible de ver crecer a sus hijos. Y, como no, a mi amor discreto, que hoy me deja que le haga un homenaje.

FELICITATS EDUARD!!!

Txell

miércoles, 14 de marzo de 2012

¡Bienvenido Teo!

El pasado sábado nació Teo, el nuevo primito. Después de un día agotador de competición de gimnasia, fuimos a conocerlo. Pegadito a su mamá, inspiraba paz y ternura. Estreno de vida, animada por los torbellinos de nuestros hijos, que pronto se olvidaron del cansancio del día. Preguntas sobre barrigas y bebés, difíciles de responder, y expectación ante su nuevo compañero de juegos.

Os dejo una foto del momento, que me encanta.


Txell

jueves, 8 de marzo de 2012

Día de la mujer trabajadora

Hoy es el "Día de la mujer trabajadora". Mientras pienso en el significado, Martina me explica que en el colegio le han dicho que hoy se celebra que las mujeres pueden trabajar, porque hace unos años sólo iban al río a lavar la ropa y cuidaban a sus bebés. Sorprendente planteamiento. Lo que yo me pregunto es si realmente nos hemos liberado tanto y hemos evolucionado, o simplemente han cambiado los tiempos.

Reflexiones aparte, hoy quería felicitar a todas las mujeres, trabajadoras dentro y fuera de casa. Y el mérito y recuerdo no es sólo para hoy, sino para los 364 días restantes ( bueno, 365, que este año es bisiesto). Y sobre todo, quería hacer una mención especial a aquellas mujeres que siempre han trabajado por y para los otros, mujeres anónimas a las que nunca se les ha reconocido su labor, pero que merecerían un monumento.

Y mientras sigo con mi momento filosófico, Jaume, en una de sus ingeniosas salidas, me pregunta si las mamás tienen una cremallera en la barriga para que nazcan los bebés ( quizá todavía es pequeño para decirle que es algo más parecido a un velcro). A lo mejor es que ha oído campanas de festejos y mujeres, y algo relaciona. Me gustaría creer que, cuando él crezca ya no se necesitará celebrar este día, porque los derechos ya estarán más que reconocidos, pero lo veo difícil.

De momento, y para poner nuestro granito de arena, esta noche les he leído un cuento. Es un regalo de un buen amigo, que sabe captar muy bien las sensibilidades humanas. Es el relato de "Los Colores", que pertenece al libro "Cuentos para antes de Despertar", de Nunila López y Myriam Cameros, las autoras de "La Cenicienta que no quería comer perdices".

Y como compartir es contagioso, yo también os regalo el enlace, para que leáis el cuento y lo disfrutéis:


Txell

miércoles, 7 de marzo de 2012

La penúltima colada

Después de unos cuantos días enferma, el trabajo se acumula dentro y fuera de casa. Las montañas de ropa crecen exponencialmente y las bolas de polvo rodantes se multiplican inexplicablemente. Con los ánimos todavía contracturados, toca poner orden y no es fácil.

Miro el cesto de la ropa sucia: está a rebosar. Mis hijos amortizan parque y actividades y parece que se rebozan por el suelo, así que su ropa no tiene un segundo uso: siempre se tiene que lavar antes. Toca poner una lavadora (o dos, o tres...). Los niños me ayudan; a veces les gusta y yo les dejo colaborar, aunque me lleve más tiempo. Tienen claro que se tiene que separar la ropa blanca de la de color, pero casi siempre se cuela alguna pieza que no toca y falta algún calcetín.

Llenamos la lavadora: acaba a tope. Intento no rellenarla, pero es imposible, porque me parece que toda la ropa es urgente. Sé que si hablara, protestaría. Martina y Jaume, ilusionados me ayudan a poner los detergentes y suavizantes: por turnos, bien mesurados, para que ninguno de los dos tenga más protagonismo. A veces me sorprende su rivalidad en estas cosas. Yo añado algún producto que limpia todavía más, porque reconozco que soy una ilusa y todavía creo en la magia. Gracias a muchos como yo, los fabricantes viven mejor.

Llega la hora de tender. Reconozco que nunca me ha emocionado, pero con los años he mejorado mi estilo. Puede parecer increíble, pero Eduard es quien me ha enseñado. En casa todo es reparto y las tareas del hogar no van a ser menos. De esta forma, las camisetas ya no quedan con la pinza marcada en el pecho, porque estiradas se arrugan menos (y te ahorras sesiones tediosas de plancha) y la ropa seca más rápido si empiezas por las piezas grandes que quedan en las últimas filas. Por no hablar del tendido del revés, para que no pierda color (si es que te acuerdas de hacerlo antes de meterla en la lavadora, ya que los días de invierno, a las 11 de la noche, es duro darle la vuelta...). Ingenieria del tender, mérito de mi querido compañero.

Me pongo manos a la obra y vuelven a aparecer mis pequeños colaboradores. Suerte que no hay sábanas, porque les gusta jugar a esconderse y acaban, muchas veces, enrolladas. Una pinza, y otra y otra y llegamos a la ropa interior. Entonces el tiempo se para y no avanzas: del cesto no paran de salir piezas pequeñas y, cuando llegas a los calcetines, ya no te quedan ni pinzas, ni espacio. Recuerdo nuestras primeras coladas, cuando Martina era un bebé: me enternecía ver sus piezas minúsculas tendidas y las trataba con mimo y dedicación. Tras varios años, sólo veo trabajo multiplicado por dos.

Emparejo los calcetines para que sea más fácil ordenarlos después. Me hace gracia ver los de cada miembro de la familia, totalmente definitorios: Eduard, calcetines oscuros, todos iguales y difíciles de emparejar; mi amor monocromático no pone color en sus pies. Los niños, en cambio, explosión de colorido, rayas y monigotes, que hacen divertido el vestirlos cada mañana. Y los míos, variopintos, según la ocasión, aunque predominan las rayas que se pueden camuflar bajo unas botas. Y siempre, siempre, falta alguno, momento en el que vuelves a la lavadora y le das un par de vueltas, a ver si cae. A veces ocurre, otras veces queda perdido y no lo encuentras, y aparece en la siguiente colada, "relavado" y mareado. Y otras, simplemente, queda esperando en el cesto de la ropa sucia, poco tiempo, porque las lavadoras son continuas. Y su compañero, desamparado, en el rebosante cajón de la ropa interior.

La segunda fase ya está finalizada y siempre lleva más tiempo de lo que habías previsto. Queda el plegado, aquello que te pasas el día haciendo. Es la clásica posición en nuestra casa: los niños jugando en el comedor y Eduard o yo, doblando y doblando. Y no se acaba nunca. Las montañas de ropa crecen, se tuercen y descompensan. Entonces decido poner otra lavadora porque el cesto vuelve a rebosar, así que el ciclo vuelve a empezar, como un círculo vicioso....¡siempre hay ropa en movimiento! Sin parar de trabajar, la sensación de orden nunca aparece.

Paro un momento porque los niños me piden que juegue con ellos. Me merezco un descanso, y ellos también. Martina me dice que, cuando sea mayor, le dirá a sus hijos que no se ensucien tanto y Jaume me pregunta por qué siempre tenemos trabajo en casa. Me hacen gracia sus observaciones y les sonrío sin dar más explicaciones. Por un buen rato me relajo y disfruto de ellos, mientras los armarios aguardan la ropa que no deja nunca de entrar y salir.

Txell

jueves, 1 de marzo de 2012

Así nos ven...

Desde que soy madre, no tengo una imagen real y objetiva de mí misma. Quizás la dedicación a los niños, el trabajo y el poco tiempo que queda para mi pareja, no me permiten dedicarme y analizarme todo lo que debiera. Por eso me gusta que mis hijos me den su opinión. Ya sé que tampoco es fiel a la realidad, porque el cariño muchas veces distorsiona, pero me gusta su particular visión de las cosas, su mundo imaginativo y la simpleza de sus observaciones.

Jaume, con 4 años, muchas veces me ve como una compañera de juegos. Se enfada y me dice que no me invitará a su fiesta y, al cabo de un momento me dice que se casará conmigo y que celebraremos una boda ( "e invitaremos a papá y Martina ¿vale?"). Mi autoridad le molesta y le cuesta entender, pero creo que en el fondo la agradece. Los niños quieren límites al mismo tiempo que te ponen contra las cuerdas. Los besos pegajosos con aire de chupachup ayudan, en muchos momentos, a suavizar nuestras tensiones educativas. A mi tozudo cariñoso, no lo cambio por nada, porque es dulzura recubierta de energía y descubrimiento del mundo...pero reconozco que muchas veces me pone a prueba y me demuestra que todavía tengo mucho que aprender en esto de ser madre.

Martina, con 6 años, ya está en otra fase. Es una compañera animosa a la que le gusta ayudar. Cuestiona y soluciona y empieza a darse cuenta que el mundo no sigue un orden lógico. Con sus primeros pinitos en cuanto a sentido del humor es un gran apoyo que me ayuda a no perder los papeles. Sabe comunicarse y darme más pistas sobre sus sentimientos y me pone las pilas si es necesario. Sus razonamientos me muestran que a veces me equivoco, pero que también los hijos saben dar oportunidades y mostrar el camino. Sinceridad infantil al poder, aunque a veces cueste aceptarla.

Difícil, esto de educar, ser madre y justa....de dar lo mejor de tí misma cuando has tenido una jornada de trabajo tensa y agotadora...de estar atenta, de ser una superwoman y de tenerlo todo bajo control...Pero mis hijos se merecen una madre alegre y dispuesta, que sepa darles pautas, cariño y que no pierda esa magia que no sólo nos da la infancia. Así que hay que seguir al pie del cañón, disfrutando de los buenos momentos, aprendiendo y tomando apuntes en este gran máster familiar en el que hemos decidido apuntarnos.

Para acabar, un dibujo de Martina, uno de sus últimos regalos gráficos. Me veo estilizada y sensual, y me hace reír, pensando la imagen que tiene de mí.





Txell