martes, 31 de mayo de 2011

Agotamiento primaveral

Este mes de mayo está resultando agotador. Recién superado el tema de los piojos, una serie de citas y celebraciones repletan mi agenda. El fin de curso se acerca y los acontecimientos aparecen uno tras otro, a velocidad incontrolada y vertiginosa. Si a todo ello añadimos un tiempo atmosférico revuelto y unos niños exageradamente nerviosos, el resultado es un agotamiento físico y mental entrelazado con astenia primaveral de primer grado.

Con la tensión por los suelos y olvidándome de ser una supermamá, intento poner un poco de orden en mi vida para no perderme entre tanta responsabilidad maternal. Cojo un calendario y me organizo, priorizando la vida social y escolar de los niños por delante de cualquier otra cosa.

Rotuladores de colores, fluorescentes, subrayados y tachaduras...el calendario está tan repleto que ya no se diferencian las cosas urgentes de las importantes....la verdad, ¿qué diferencia hay? Creo que no tengo tiempo para priorizar, así que iré solucionando sobre la marcha.

Colonias, escuelas de verano, fiesta de "graduación" de Martina, concierto de final de curso, festival de la piscina, fiesta de gimnasia, matrículas del año que viene, excursión familiar del colegio....todos los eventos fichados, autorizaciones parentales para entregar y reserva de un sector de neuronas para pensar en mi vida laboral y doméstica.

Freno unos minutos y pienso en la actividad frenética de nuestros hijos. Me planteo si es necesario que un niño de 3 años vaya de colonias, aunque se considere que le ayuda a socializarse y a adquirir más autonomía. Me río pensando en las reuniones de colonias: caras de padres expectantes ante los primeros pasos de independencia de sus hijos, nerviosismo y preguntas de perogrullo fruto de la inexperiencia (destacando la de "¿los bañaréis por la noche? ( ¡a 50 niños¡) o "¿Podemos llamarlos antes de dormir? (haciendo el cálculo:  50 llamadas de padres a 3 minutos cada uno es igual a hijos en vela y trasnochados)).

Después de la pausa, vuelvo a poner el turbo y dejo que me arrastren los acontecimientos. Con una semana de diferencia, preparamos dos veces la maleta, una para Jaume y la otra para Martina. Mudas, antimosquitos, funda del nórdico para dormir, linterna, cantimplora....todo preparado y marcado a bolígrafo, ya que soy una madre práctica que ya no plancha las etiquetas. Nuestros hijos nos muestran su personalidad en toda la preparación: Martina controla hasta el último rincón de la bolsa; Jaume conecta y desconecta, va alternando, pero estamos seguros que se ha enterado de todo.

Llegado el día de la marcha, somos padres de primera fila en las despedidas, con agujetas de decir adiós con la mano. Siempre pienso que, si me viera desde fuera, me sentiría ridícula. También pienso que el conductor del autocar debe estar divertido, pero hay cosas que no te importan cuando se trata de los hijos: se hacen sin planteártelas demasiado. Y, mirando a otros padres, todos organizan el mismo espectáculo, así que entre la multitud piensas que no se nota tanto.

Superados los dos días de colonias, en los que en casa se respira una mezcla de tranquilidad y añoranza, nuestros hijos vuelven agotados, con la ropa y las rodillas con pinta de haber amortizado la estancia. Explican poco, pequeñas anécdotas de su aventura, que se van ampliando y desgranando durante toda la semana. Los abrazos son intensos, los besos más sonoros y los "te quiero" ayudan a expresar lo mucho que los hemos echado de menos.

Una meta superada, todavía más cerca el fin de curso, con festivales y fiestas que van cerrando un nuevo año de etapa escolar. Concierto de música en el que sólo tienes ojos para tus pequeños artistas; exhibición de piscina en la que descubres a la nueva Esther Williams, con gran estilo nadando de espalda, y un mini Tarzán que ha perdido todo el respeto al agua y se enfrenta brazada tras brazada. Aplausos convencidos de Padres con mayúscula que van siguiendo a sus hijos, evento tras evento y vivencia tras vivencia; el cansancio generalizado se refleja en las caras de satisfacción con ojeras algo más marcadas.

Todavía nos queda la traca final y, antes de llegar a San Juan habremos asistido, con nuestros hijos, a sus diferentes citas, preludio de la intensa vida escolar, deportiva y social futura. Así que, preparándome para todo lo que nos espera, tomo aire, respiro y me relajo unos segundos, guardando en la retina y en el corazón todos los momentos vividos, repitiéndolos en la memoria generosa y esforzada que permitirá que perduren para siempre.




Txell

sábado, 14 de mayo de 2011

Piojos: vecinos invasores

Martina se despierta rascándose la cabeza. “¡Me pica mucho mamá”. La miro y está graciosa con todos los pelos alborotados y cara de sueño. “Ven aquí, Martina, que miraré si tienes piojos”, le digo, convencida de que se rasca la cabeza por cualquier otra razón. Reviso las orejas, la coronilla, las raíces del pelo....para aquí y para allá...."ven aquí, que tengo más luz", pero yo no veo nada. La verdad es que soy una madre inexperta en el tema y, por mucho que lo intento, no encuentro ningún bichito blanco, negro o transparente. Realmente no sé lo que busco, pero miro y remiro. "Aquí no hay nada. A lo mejor es que tienes calor", le digo con convicción.

"Mis hijos no pueden tener piojos, ya han habido muchas plagas y ellos no los han cogido", me repito a mi misma. Y pienso en la película que siempre me he creído, que el ph de su piel es resistente a estos habitantes. Pero, por alguna extraña razón, esta vez hay algo que me hace dudar; por este motivo, escribo una nota a la profesora alertándole de la posible presencia de seres extraños en la cabeza de nuestra hija y poniendo de manifiesto mi falta de información sobre el tema.

Voy al trabajo dándole vueltas y decido llamar a mi hermana mayor, la experta, que me lleva una gran ventaja en el recorrido de madre y a la que recuerdo con frecuencia cuando vivo en vivo sus ya catalogadas experiencias con los hijos. Me instruye a la perfección proporcionándome un kit y manual de supervivencia que apunto en tres post-it con letra rápida y líneas desordenadas.

Con la información condensada en papel amarillo me dirijo a la farmacia, dispuesta a surtirme del "botiquín por si acaso". Pero las indicaciones claras de mi hermana se confunden con las explicaciones de la farmacéutica y salgo de la tienda con embrollo mental avanzado y con dos productos que no recuerdo en qué fase del tratamiento debo utilizar. "No pasa nada" pienso, "total, seguro que todo ha sido una falsa alarma...."

Falsa alarma...hasta que Martina sale del colegio. Su profesora me confirma que tiene unos huevecitos: son diminutas bolitas blancas que parecen caspa pero que se quedan enganchadas en el pelo. Aquellos indicios de sospecha eran ciertos. Ya formo parte del club de madres agobiadas por los piojos. Como dice una amiga, se me ha acabado la tranquilidad y la vida.

Martina, en cambio, está encantada. Para ella es una novedad, su nueva historia a explicar, y va pregonando por el patio que tiene piojos. Esta vivencia y sus cuatro dientes que se mueven ( pura ilusión infantil) son sus historias de la semana. Nos vamos rápido a casa, no vaya a ser que me encuentre un grupo de madres que me echen por piojosa. Suerte que estamos en el siglo XXI y que tener piojos ya no es un estigma social, sino una realidad más que cotidiana.

Ya en casa, les pongo a mis hijos el primer producto, un gel durante 15 minutos. Aunque Jaume no se ha quejado, entra dentro del pack, que el día a día de nuestros hijos es puro compartir. Con las cabezas impregnadas parecen dos engominados, aunque los rizos de Jaume son fuertes y en seguida salen a relucir. Nos hace gracia este niño: con el pelo mojado pierde totalmente la clase, ya que enseguida le asoman unos caracolillos por detrás de las orejas que le dan un aire agitanado. Sólo le falta dar palmas y algo de cante jondo y ya lo podemos llevar a un tablao.

Les lavamos el pelo y, según los consejos de la farmaceútica, les pongo vinagre en el último aclarado. Yo no sé cuál será el resultado; lo que tengo claro es, que de momento, nuestros hijos huelen a ensalada de bar de carretera y el pelo no está más brillante.

El siguiente paso es pasarles la lendrera. Dosis de paciencia al cuadrado. Martina y Jaume no han entendido nunca el significado de la palabra "quietos" y hoy tampoco iba a ser la excepción. Agua caliente, pelo a pelo, las liendres no se enganchan al peine, las saco con los dedos...y en medio de todo el proceso, aparece él, el culpable, tan negro con sus patitas....Un piojo, sólo uno, pero un Sr. Piojo en la cabellera de Martina. Expectación en casa ante tal acontecimiento. El piojo es el centro de las miradas, esa mini bestia espabilada que ha decidido chupar la sangre y liarla.

Tras la confirmación, metemos toda la ropa de cama, gomas del pelo, pijamas y toallas en una gran bolsa que cerramos y sellamos durante unos días para después lavar las prendas a altas temperaturas. Que no quede ni uno, que se asfixien...me siento una torturadora de animalitos....

Queda otra parte del proceso, poner gorros de ducha a mis hijos y que duerman con ellos. Me río pensando que en la farmacia me han dicho que envuelva en papel de plástico el pelo de nuestros hijos y que los deje así toda la noche. No conocen a mis hijos: plastificados iban a durar tres segundos, más la juerga y excitación posterior. Pensándolo bien, les dejaremos las greñas al viento, que empezarán a cambiarse los gorros. Y los piojos, más que asfixiados, acabarán mareados.

La semana transcurre con el trabajo extra de revisar y peinar cabezas cada noche. Y, sumado al resto de obligaciones personales, laborales y a una gran dosis de astenia primaveral, resulta agotador. Búsqueda de liendres, aceite de árbol de té, suavizante y largas tandas de cepillado, que nos muestra las múltiples posibilidades del pelo de Jaume...así que gastamos bromas peinándolo de niño antiguo. Momentos de diversión en medio de tanta dedicación y paciencia, ya que Martina se ha dado cuenta que tener piojos no es tan emocionante como pensaba. Trabajo en equipo, que es como mejor se lleva.

Cuando nos parece que el tema está controlado, llevo a los niños a la peluquería, sobre todo para arreglar un poco el pelo del niño gitano. Confieso a la peluquera nuestro trajín de estos días. Y ella, intentando disimular su cara de espanto al nombrar la palabra "piojo", me dice que no me confíe, que espere más tiempo para saber si hemos conseguido exterminarlos y que, sólo con plena seguridad, recibirá encantada a nuestros hijos.

Vuelvo a casa decepcionada, con dos niños con greñas protestando porque se han quedado sin corte de pelo; para ellos es una fiesta cortárselo: el taburete, el delantal de perrito, las tijeras, el secador....vivencias simples para los niños de estos tiempos, pero a ellos les gusta.

Por la noche, les volvemos a poner el fantástico gel para piojos de la semana pasada y, al pasarles la lendrera me acuerdo de la peluquera...¡Los dos tienen piojos! Ni liendres, ni un piojo solitario: cada niño tiene una colonia de habitantes, unos 30, que dejo flotando en un cuenco de agua caliente. Los niños los miran entusiasmados: "Mamá, mira las patitas". Y yo lo único que diviso es más y más trabajo, esfuerzo poco recompensado y el recuerdo de la cara de horror de la peluquera.

También pienso en el primer piojo y su reproducción múltiple, el presunto padre de todas estas criaturas y hasta en el sentido su vida: nacer, crecer, reproducirse a lo bestia, fastidiar ( por no decir otra cosa), chupar la sangre y morir sin pena ni gloria. Todo en siete días, tiempo récord. Traslandándo a las personas, es una opción que no resulta tan extraña. Se me ocurren un par de casos que, con muchos más años de vida, han conseguido lo mismo.

Intento romper el círculo vicioso negativo y decido volver a ponerme las pilas. Nos armamos de paciencia y seguimos con los días de la marmota, repetitivos, en los que la lendrera es la gran protagonista. Pelos relucientes sin rastro de visitantes, tesón recompensado y ni un amago de bajada de guardia.

En cuatro días parece que están exterminados, pero no me fío. Me he vuelto una buscadora de liendres y cada día reviso cabezas, con dosis extra de mimitos y masajes cariñosos. Así que se convierte en una tarea más que no tengo que apuntar en la agenda. Sé que no somos los únicos y eso me anima. Así que desde aquí me solidarizo con todas las familias afectadas de piojos: A lo mejor perdemos una batalla, pero ganaremos la guerra..¿O no?



Txell

domingo, 1 de mayo de 2011

Madres

Hoy es el Día de la madre. Me gusta este día; es un reconocimiento especial a un modo de ser, al esfuerzo y el trabajo que durante todo el año regalamos a nuestros hijos. Es una jornada en la que las mamás nos sentimos algo importantes porque nuestros hijos nos felicitan y que ya nos sirve 364 días restantes de dedicación sin descanso.

Mis hijos llevan unos cuantos días revolucionados. Me miran con cara de que me están preparando alguna sorpresa en el colegio y cuchichean entre ellos. A veces puedo escuchar algo de lo que dicen porque no acaban de controlar el volumen del susurro, pero disimulo con total credibilidad. Martina me hace alguna pregunta sobre mis preferencias de colores y Jaume los lleva tatuados en la bata. Disfruto viendo la ilusión que transmiten y agradezco a las profesoras el esfuerzo de pensar, diseñar y decorar detalles para las madres, teniendo en cuenta la precisión manual que tienen los preescolares.

Pienso en todas las madres que recibirán los regalos. Cada una diferente, con su historia, su vida, sus deseos, sus preocupaciones....pero con la misma ilusión ante las sorpresas de su hijo. Un beso, un abrazo, una caricia, una mirada, una sonrisa....decenas de agradecimientos en múltiples formatos, desde el más contenido al más ilusionado, convirtiendo el instante en único e irrepetible. A veces me gustaría vivir en la fotografía de estos momentos y paralizar el tiempo eternamente. Pero la vida sigue, así que guardo el recuerdo y me sirve de retroalimentación para las rutinas y luchas diarias.

Y es que ser madre es lo que tiene. Es una mezcla de contrastes continuos, explosión de sentimientos, control de los límites y cariño desbordado. Un cocktail explosivo en el que nos vemos inmersas, en el que aprendemos sobre la marcha gracias a nuestro sentido común e intuición. Ser madre es una transformación en la que ya no se vuelve a ser una misma, sino la "madre de", tanto en categoría social como en comportamiento. Y aunque, en principio, se trata de una decisión pensada y consensuada, fruto de un acto de amor en todos los sentidos, las consecuencias de la misma pueden llegar a desbordar hasta a la persona más sensata.

En mi caso, muchas veces me cuesta reconocerme y pienso donde está aquella Meritxell, entendida y aficionada al cine, que ahora no ve ni un personaje humano en la televisión; que podría impartir un máster en dibujos animados, pero que es incapaz de reproducir el título de los últimos estrenos de la cartelera.

También me pregunto dónde quedan mis conversaciones de pareja, temas de actualidad, planes de futuro, que se han sustituido por "qué han comido los niños", "cuándo se van de excursión","has puesto la nota en la mochila", "hoy han hecho o han dicho" o "necesito un balneario".

He cambiado las terrazas donde ir a tomar una copa por los parques de la ciudad, las cenas en restaurantes por menús infantiles, los cines por ludotecas y el periódico diario por el cuento para dormir.

Mi armario destila esencia de madre. Ropa cómoda y resistente a babas, mocos y manos pegajosas, chocolate y " chuches". Predominan los leggins, tejanos y camisetas junto a algún vestido con escote y largo controlados, no vaya a ser que, mientras lleve colgado a alguno de mis hijos después de un salto desde el tobogán, la prenda se descoloque de tal forma que pueda llegar a dar alguna alegría al personal.

Nuestra casa huele a niño y a juguete desperdigado. Hogar de trote, pero hogar vivido. Y en medio de todo nuestros angelitos, torbellinos endemoniadamente encantadores. Parece mentira: son nuestros, tan deseados...

Son el centro de nuestras vidas, de esos padres piltrafillas que querrían llegar a todo, que se quedan a medias, que muchas veces dudan de sus capacidades. Que estando muchas veces al límite, cansados y con pocas fuerzas se plantean si vale la pena todo el derroche de esfuerzo. Pero que una sonrisa de sus hijos, sólo una, les devuelve, en cuestión de segundos, la ilusión por seguir ahí, al pie del cañón, vitaminados para las próximas horas de descontrol controlado.

Hoy me gustaría felicitar a todas las madres que se sienten como yo, que piensan que tener hijos es lo mejor que les ha pasado en la vida, pero que, de vez en cuando necesitan respirar para poder explicarlo. Y mientras disfruto del día, luzco orgullosa los regalos que me han hecho Martina y Jaume: un broche y un collar de confección manual, de diseño exclusivo y de valor incalculable.

sábado, 9 de abril de 2011

Cambio de ropa

Después de unos días de colapso primaveral, hoy he decidido dar un gran paso. Una de esas decisiones que marcan el fin de una etapa para pasar a la siguiente y que anuncian la llegada del buen tiempo. Hoy me sacaré las botas y me pondré las sandalias. Sin término medio, sin un paso previo, decidida, hoy recibo a la nueva estación convencida de que no hay marcha atrás. Por mi parte, queda inaugurada oficialmente la primavera.

Últimamente he estado recibiendo señales y inputs de que este cambio estacional se iba a producir. El más agradecido ha sido el cambio de luz, pasando del apagado invierno a una estación más luminosa. La ciudad está más viva y vivida. Parece el retorno del "Flautista de Hamelín" con los parques llenos de niños que ya no parecen globos con anoraks. Sin abrigos, gorros y bufandas tienen forma humana y se mueven con libertad. Y mientras el sol aprieta y nuestros hijos tienen ganas de jugar, los padres parecemos percheros con la ropa que les sobra. Porque las prendas de abrigo siguen saliendo de casa debido a los "por si acaso" y "no se nos vayan a constipar" y acaban de figura decorativa en cualquier adulto con cara de "vámonos a casa ya".

A pesar de la claridad del día, a mi me cuesta aclararme y organizarme. Toca cambio de la ropa del armario, desgaste físico y mental. Pero como no es cuestión de retrasarlo más, empiezo con la ropa de mis hijos, que siempre son nuestra prioridad. Y empiezo a abrir bolsas y cajas, no del todo consciente de la que se puede organizar.

Me atrevo a probarles las prendas del año pasado y les da por saltar. Después de ocho camisetas y otros tantos pantalones yo no puedo más. Y a medida que crece su energía y excitación menguan mis pilas y mi paciencia.

Me paro a observar el panorama y hago balance: tengo una ensaladilla de prendas en el comedor, un revoltillo de piezas de colores con las que mis hijos se están divirtiendo cada vez más, montando su carnaval particular. El momento culminante es cuando intercambian la ropa y Jaume me pide que le abroche un vestido de flores. ¿Río o lloro?

No sólo me lo tomo increíblemente bien, sino que decido recuperar mi pasado infantil y volverme más niña que ellos. Doy rienda suelta a la imaginación y nos inventamos una historia de caballeros y princesas veraniegos, con bañadores por sombreros y capas de vestidos de playa. Por un momento, pienso que el binomio educación y diversión es compatible y disfruto con ellos del momento. Me gusta y mis hijos me miran contentos y divertidos. No estoy cumpliendo el objetivo de organizar la ropa, pero estoy viviendo un momento especial. "Mamá, siéntate en el trono, que eres nuestra reina esforzada". Me quedo sin palabras. Estoy asistiendo a una representación del cariño personificado.

Pierdo el hilo de lo que quería hacer, seguro que es más tarde de lo que pienso, pero en este momento no me importa demasiado. Las madres tenemos recursos así que acabaré midiendo la ropa que queda sin probar y aprovechando los vestidos cortos como camisolas con algún leggin que pueda combinar. No puedo dejar a medias esta función que está a punto de terminar. Y la verdad, un rato de reina a nadie viene mal. Nos reímos y nos divertimos. Cada uno tiene su papel, su momento, su rol. Volver a la infancia te ayuda a minimizar las preocupaciones y a recuperar esa inocencia escondida en un baul perdido del pasado.

Después de unos cuantos aplausos y triples bises de funciones repetitivas, intento convencer a mis hijos de que a los actores les ha llegado la hora de ponerse el pijama. Dura negociación de los cinco minutos que se convierten en quince eternos. Voy desprendiéndome de mis privilegios de reina para volver a mis obligaciones de madre y recojo la ropa lo más rápido posible. Apilo unas cuantas torres de Pisa de prendas y retraso el cambio de piezas un día más. Me rìo pensando que todo ha empezado por una sandalias.

Mientras ayudamos a nuestros hijos a ponerse el pijama explican divertidos su tarde festivalera. "Mañana otra vez, ¿vale?" nos piden. Y yo les sonrío pensando que, a pesar de ser un día perdido de trabajo, sus vivas miradas compensan las horas y organización que me esperan para estar a punto y preparados para la primavera.

Txell



martes, 29 de marzo de 2011

Tres días sin rabietas

Estoy desubicada. Mi hijo Jaume, de tres años lleva tres días sin tener ni una sola rabieta. Es la época más larga que ha tenido desde que empezó a utilizar este sistema. Parece extraño y no nos lo acabamos de creer; nos hemos acostumbrado de tal forma a su tozudez que lo que está pasando estos días nos tiene descolocados.

Lo observo para comprobar si es el mismo niño. Tiene la misma cara de pillo de siempre. Le sonrío y me devuelve la sonrisa. Es un conquistador, a veces me lo comería.... La verdad es que está igual, le han crecido los rizos pero nada más.

Martina, de cinco años, tampoco entiende nada. Su hermano está contento todo el rato: le pide los juguetes y no se los arranca de las manos, la abraza sin apretar de más y le llama princesa. Ademàs, hoy han jugado más de una hora a médicos y ha sido el paciente todo el rato. La armonía preside la tarde.

Preparo la cena sin interrupciones. La pechuga rebozada queda uniforme y crujiente. Hoy no parezco "Chiquito de la Calzada" entrando y saliendo para evitar un estirón de pelo porque yo quería ganar, los animalitos de plástico volando por el comedor ( después de haber probado varios lanzamientos contra su hermana) o los combates de pressing catch infantil.

Eduard los avisa para la ducha y recogen los juguetes a la primera y al cincuenta por ciento, ayudándose y sin rechistar. Aparecen los dos en la cocina, sonrientes. Martina me dice: "Mamá, Jaume ya me quiere" y yo le contesto que siempre es así. Me responde: "Ya, pero estos días se nota". Jaume va asintiendo con la cabeza. "Sois unos guapos. Me gusta veros así". Y ellos salen disparados hacia el baño: "Papá, ¡mamá está muy contenta!". Tras unos segundos de éxtasis maternal, la sopa me devuelve a la realidad; he de apagar el fuego, aunque, en estos momentos, el de mi corazón quema más que nunca. Me olvido del cansancio del día y acabo la cena.

Oigo risas en el baño y los tres me llaman para que vaya. Se están partiendo y yo no entiendo nada. Intentan explicarme una cosa que ha pasado en el colegio, pero no pueden acabar las frases. Se tronchan y yo les sigo el juego. Tenemos una fiesta en tres metros cuadrados.

Empezamos a cenar. Les encanta lo que toca hoy y me lo dicen cincuenta veces por dos, porque Jaume repite lo que dice Martina. La hora de masticar no se eterniza y en poco tiempo el plato está vacío. Se respira buen ambiente, mañana tendremos agujetas de tanto sonreír.

Después del postre les doy una galleta ( de las de comer). La de Jaume me sale partida....y escucho sus protestas: "La galleta está rota". Cruzo los dedos y cierro los ojos:ahora seguro que la arma. "Es igual, haré un puzzle....". Eduard y yo nos miramos con cara de póker, aguantándonos la risa, pero pasamos el cásting de actores con éxito. La verdad es que no me lo puedo creer, creo que voy a mirar si tiene fiebre.

Los voy a acostar, pero antes toca el repaso de gomets. La tabla de Martina está abarrotada de caras contentas; la de Jaume, un desierto, con alguna pegatina pululando. Hoy engancharemos todas. Le miro la cara y está resplandeciente de felicidad. Les explico un cuento con intención y expresividad y los lleno de besos antes de dormir.

Vuelvo a la cocina cargada de optimismo. Me siento bien, nada cansada. Hago bromas con Eduard y solucionamos tres temas en los que llevábamos una semana encallados. Me ilusiono pensando que nuestro hijo se hace mayor, que quizá el tema de las rabietas es evolutivo y que con el tiempo se irán solucionando. Tal vez es un espejismo, pero tengo la sensación de que nuestro esfuerzo diario está dando algún fruto, aunque no olvido que tiene su temperamento.

Voy a dormir y no me desplomo en la cama. Hoy parece que levito. Estoy contenta y me siento llena de energía para afrontar otro día. Me duermo sin fruncir el ceño y siento que mi piel está relajada. Hoy no contaré ni una ovejita estresada.

La noche me pasa volando y me planto en el día siguiente con la sensación de haber descansado más que nunca. Continuo instalada en mi ilusión cuando Jaume se olvida de los buenos propósitos ¡No!

Se organiza un piromusical de rabietas con volumen ensordecedor. Respiro. Respiro más. Y vuelvo a respirar. Cada vez más seguido, parecen los ejercicios preparto. No dejo que los nervios me ataquen pero es difícil. Me voy a la otra punta de la casa e intento ignorarlo.

Cuando estoy a punto de tirar la toalla se hace el silencio. Oigo unos pasos por el pasillo, pero yo sigo con mis cosas. Aparece una cara llena de mocos con aspecto de arrepentimiento. "¿Me secas las lágrimas para estar guapo?". Sin mediar palabra voy limpiándole la cara. "Mamá, quiero ser mayor como un papá". Lo abrazo. "Lo sé, Jaume". Martina se une; somos un mini equipo cohesionado. No decimos nada más, pero permanecemos un rato bien apretados.

Nos despegamos y pienso en lo difícil que es todo esto. Ser padres es una mezcla muy fuerte de sentimientos; es difícil encontrar la combinación perfecta para mantener el equilibrio. No hay fórmula mágica, es puro tanteo. Dudas constantes, pequeñas conquistas en la batalla de educar, pruebas continuas y amor al límite. Ensayo y error, no hay manual.

No me da tiempo a pensar más, ni a ponerme filosófica. Mis hijos están preparados en la puerta de casa. Me esperan con los abrigos puestos y las mochilas en la espalda. Así que decido ponerme las pilas y afrontar el día confiando en que dentro de poco podremos celebrar los cuatro días sin rabietas.
Txell

miércoles, 23 de marzo de 2011

Mi bolso

Mi bolso es un hábitat desconocido, un lugar donde conviven todo tipo de utensilios con el fin de ser utilizados. Algunos tienen una vida movida y alegre y están entretenidos de tanto entrar y salir. Otros, sin embargo, no corren la misma suerte y quedan olvidados en el interior, esperando una oportunidad, que alguien se acuerde ellos y les de un poco de vida y animación.

Hoy parece que todos van a ser tratados como merecen. He cogido el bolso y he notado que pesaba más de la cuenta, que quizá había llegado la hora de revisar lo que hay dentro, eliminar trastos inútiles y recuperar otros olvidados que todavía no han cumplido ninguna misión.

Sé de una persona que, llegados a este punto me preguntaría si también llevo ceniceros de mármol, por el peso y la consistencia....no lo negaré, a veces me cuesta organizarme y en mi día a día hay poco tiempo para prestar atención a según que cosas. Lo urgente e importante pasa por delante de todo lo demás. Pero antes de que mi espalda empiece a sufrir más de la cuenta procederé a una buena revisión del mismo.

El primer paso es buscar un lugar tranquilo y un momento relajado. Los niños están viendo "Toy Story 3"( qué acierto de película), así que, como mínimo, tengo más de media hora asegurada.

Voy a nuestra habitación y vacío el bolso, la caja de Pandora. Elijo el monedero, de aspecto abultado. Está lleno de tarjetas: supermercados, mutuas, dnis, seguridad social, tiendas ( la mayoría de niños) , club super tres, farmacia, tarjeta del trabajo...creo que la mitad no las utilizo, así que las guardo en el cajón por si acaso....esos por si acasos que no se cumplen nunca, pero que me dan seguridad. ¡Oh, acabo de descubrir una tarjeta regalo de un centro comercial...¿Tendrá saldo? A mi estas cosas me emocionan, son sorpresas insignificantes que me dan unos momentos de felicidad.

Abro la cremallera de las monedas y salen disparadas....las cuento: 5,25 euros en monedas de 1, 2, 5, 10 y 20 céntimos en su mayoría....creo que voy a hacer felices a mis hijos, les regalaré el dinero para la hucha, les va a encantar el ruido de las monedas al caer...Siempre me pasa lo mismo....voy a las tiendas con prisa, compro y voy acumulando dinero y después el monedero no cierra ( ¡ay, esa previsión!).

Miro la parte de los billetes.....la verdad es que hay pocos, pero el espacio que queda está abarrotado por tickets de compra. Los guardo para llevar un control y al final siempre quedan apretujados y medio borrados. Tengo del 2010.... ¡Tickets fuera!!

Junto a los tickets también tengo vales de tiendas; es el destino de cualquier madre: compras alguna cosa para tus hijos, no estás segura de la talla y la dependienta te dice: "si no le va bien, te podemos hacer un vale". Típica frase que te inspira confianza....hasta que llegas a casa, compruebas que cada tienda tiene el tallaje completamente distinto y que vas a tener que volver a ver a tu querida dependienta....Y no sé que es lo que me da más pereza: volver a la tienda, acumular un nuevo vale o pensar que tengo que volver a probar cualquier prenda a mis hijos ( siempre les da por correr y saltar....).

Observo el monedero. Ha recuperado su forma inicial y los botones y cremalleras cierran a la perfección. Descubro un último compartimento con fotos carnet de mis hijos. ¡Zona intocable! Las miro y me hacen sonreír. Tres minutos agradables en medio de mi desorden.

Continuo con la organización: dos paquetes de kleenex y uno de toallitas. Vuelven al bolso inmediatamente. Aunque ha llegado primavera, la temporada de mocos no ha finalizado, así que creo que todavía pueden dar un buen servicio.

También encuentro tres bolígrafos (hay dos que no funcionan), dos colores, una goma, un lápiz sin punta, tres clips para sujetar papeles y cuatro post-it con la lista de la compra, entre los que aparece un papel con letras infantiles: "Tastimu mol mara" . Me emociono y se me ponen los ojos de japonesa. ¡Qué dulzura! Me encanta esta forma de comunicación con mi hija; voy a guardar el papel en el cajón de los tesoros.

Siguen saliendo tesoros: un chuchachup y tres sugus pegajosos (intento sacar el papel para comerme uno, pero está totalmente enganchado), dos gormiti, una kitty en miniatura, tres sorpresas de los huevos Kinder y cuatro cartas del código Lyoko. Siempre pasa los mismo: los "guegos" ( como dicen mis hijos) y las sorpresas hacen mucha ilusión los primeros cinco minutos....después ya viene el: "mamá, ¿me lo guardas?" y de ahí a perdidos en el bolso.

De repente me coge la risa: llevo una brocha y maquillaje en el bolso.¡No lo sabía! Volveré a dejarlo para esos momentos de retoque personal...¿Qué momentos? Bueno, quizás ha llegado la hora de no tener tanto aspecto de madre...

Sigo seleccionando cosas hasta que oigo un: "¿qué haces mamá?". Ha pasado más de una hora y no me he dado cuenta. La película ha acabado y mis hijos empiezan a tocar todo lo que todavía está fuera del bolso. Me preguntan, me quieren " ayudar".... Creo que ha llegado el momento de poner fin a mi primer round de orden. Meto todo lo que queda en el bolso y lo aparto de la vista. Mañana será otro día con otro tipo de prioridades. Y tal vez dentro de algunas semanas vuelva a encontrar otro de esos momentos para poder revisar y organizar esa porción de mi vida metida en un bolso.


Txell

martes, 1 de marzo de 2011

Jornada diaria intensa

Hace años que no pongo el despertador, pero siempre me levanto a la hora o mucho antes. Mis hijos no entienden de cansancio, sueños, días laborables o fines de semana. Antes de que pueda abrir los ojos, oigo alguna de sus vocecitas. A partir de ese momento, el día ya no me pertenece.

Si es Martina, de cinco años, me llama desde su habitación y cuando voy a buscarla me recibe con una sonrisa. Muchas veces me explica sus sueños, algo que me da pistas sobre sus alegrías y preocupaciones.

Jaume, de tres años, es diferente. Aparece en nuestra habitación, con cara de sueño y sonrisa pícara. A veces trae buenas intenciones y nos dice que ya es mayor y no tendrá rabietas. Y yo lo miro, y hago ver que me lo creo, no sé si para motivarlo o para autoconvencerme.

Prepararlos para ir al cole es una competición a contrarreloj...hace tiempo que no noto la temperatura ambiente, porque siempre estoy acalorada. Y miro la hora y siempre es más tarde de lo que pensaba...yo creo que, por las mañanas, el tiempo va diferente.

Toca vestirse y los encuentro haciendo luchas en nuestra cama; luchas de hermanos, uno más de su juegos, pero cada día gasto la palabra "cuidado" y ellos están tan acostumbrados a oírla que no atienden hasta que la digo bien fuerte.

Con los años, me he organizado un poco y la noche anterior les preparo la ropa; así, lo que toca, toca.... Pero Jaume es un fanático del rojo (coincide con su personalidad) y si fuera por él, todos los días iría vestido de ese color. Como es de suponer, con tres años, no va atener un armario monocromático... Así que, si no hay rojo y se le cruzan, ya tenemos la rabieta... Cuesta mucho no ceder, pero me mantengo firme: no quiero que sea el protagonista de "Hermano mayor" de aquí a unos años. Ya sabe que no hay negociación, pero lo intenta....y normalmente vamos a desayunar con hilo musical incorporado, lloro constante. Por suerte, le pasa rápido.

El momento del desayuno también tiene su historia. Yo no sabía que a los niños les hacían ilusión cosas como partir yogures, abrir la tapa o los paquetes de galletas. Para que no haya discusiones, cada día, uno de nuestros hijos parte los yogures....¡Y tienen los turnos controlados! Se sientan en la mesa de la cocina y oigo algún "me toca" y en el fondo me río de la simpleza de algunas cosas. Yo también desayuno con ellos: de pie, a medias, como sea, pero necesito energía que el día se presenta movido.

Miro el reloj, el tiempo pasa volando. Tengo diez minutos para arreglarme. Me miro en el espejo. Tengo cara de madre....de madre agotada con cara de sueño. Me lavo la cara....ahora me veo algo más despierta. Ya no tengo más tiempo para analizarme porque aparece alguno de los dos, así que me visto en tres minutos y salgo de casa con cara de prisa. Las mochilas, las chaquetas, la bici, no encuentro el móvil, mamá quiero llevar un cuento al cole, mamá quiero apretar el botón del ascensor....uffff no acabamos nunca.

Por fin estamos en la calle. Paramos en la tienda del padre de las criaturas y vamos todos al cole, que está a tres minutos. La familia feliz apresurada. Los niños hacen carreras, a veces pienso que acabarán rodando, porque cogen gran velocidad. Llegamos a la escuela y nos despedimos con mil besos y abrazos. Los miro por la ventana, los saludo otra vez y sonrío. Y respiro.

Voy al trabajo en bicicleta y me da por pensar. Estoy agotada y no ha empezado mi jornada. Es duro ser madre, pero no soy la única. Hay millones de madres que hacen lo mismo que yo, millones de padres que intentan llevar a sus hijos de la mejor forma, como saben o como pueden. No es fácil....

No llevo ni la mitad del trayecto y vuelvo a pensar en mis hijos. Se me ha olvidado por completo la mañana de locos. Ya tengo ganas de que sean las cinco de la tarde para volverlos a ver.