viernes, 3 de febrero de 2012

Alarma nevada

Hoy me ha costado levantar a los niños. Calentitos, en sus camas, les ha caído encima la mañana. Las ventanas reflejan un día frío y da pereza salir de casa. Inventándome la motivación y las ganas, los ayudo a vestir contándoles un cuento, aún soñoliento, sobre su ropa y sus pijamas.

El reloj me espabila y las horas nos marcan el ritmo de la marcha. Los restos de un desayuno con prisa quedan esparcidos sobre la mesa de la cocina y abrigo bien a los niños para salir de casa. Acalorados con sus bufandas y gorros, protestan, porque se sienten demasiado forrados, pero yo actúo de madre convencida y no me dejo intimidar.

Llegamos al colegio a la carrera; hoy no hay bicicleta ya que las previsiones metereológicas apuntan que será un día de frío y nieve algo complicado.

Llegando al trabajo pienso que quizás el anuncio del tiempo ha sido acertado: microscópicos copos de nieve acompañan mi paso. Pero la sorpresa dura pocos minutos: sentada en mi puesto, el paisaje ha cambiado y el día es simplemente frío, gris y apagado.

A primera hora de la tarde empiezan a desarrollarse una serie de acontecimientos que alteran el orden y desorganizan el día: en el trabajo nos dicen que podemos ir a recoger a nuestros hijos al colegio, ya que muchas aulas están cerrando por el riesgo de nevadas importantes. Y al mismo tiempo, recibo un mail de gimnasia extraescolar, anunciando que se suspenden las clases por riesgo de caos metereológico. Realmente parece una broma: miro el cielo desde la ventana y no deja de ser un día frío al que hace tiempo que no estamos acostumbrados.

Ya en casa, Martina está decepcionada: no le han dejado entrar en el colegio por la tarde y tampoco puede ir a gimnasia. " Pero si no está nevando...", nos dice, esperando que nuestra mirada le dé algún formato de respuesta.

La tarde transcurre diferente a cómo nos la habíamos planteado: un monopoly interminable se hace menos eterno que la espera a que se cumplan las previsiones. Los niños, preparados para la nieve, empiezan a sospechar que las botas y los anoraks volverán al armario del que han salido... "Pero...¿Por qué dicen que nevará y no nos dejan ir a ningún sitio, si al final no es verdad?", nos insiste Martina.

La verdad es que yo pienso lo mismo. Por querer evitar el caos que podría provocar un día de nieve en Barcelona se ha creado más desorganización y desinformación. Hoy no siento que estoy en una ciudad cosmopolita: es una ciudad amedrentada y que se siente poco preparada para un acontecimiento natural: complejo de inferioridad ante la fuerza de los elementos. ¿Realmente es para tanto?

Por suerte, Jaume me roba una de las sonrisa del día. Antes de acostarlo, me mira serio y, lleno de razón, me dice: "Mamá, ¿Sabes qué? Hoy no hemos ido a gimnasia, pero el próximo día que digan que nevará, podemos ir, porque seguro que se lo vuelven a inventar". Martina asiente ilusionada.

Con esta lógica aplastante, no entiendo por qué los adultos nos empeñamos tantas veces en tomar decisiones que hacen de lo sencillo algo tan complicado.


Txell

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