domingo, 5 de febrero de 2012

Qué poco dura el enfado...

Después de un día intenso, movido, con la paciencia al límite y las neuronas estresadas de repetir tantas veces las mismas cosas, ponemos a dormir a los niños. Es sábado y les toca estar un rato en nuestra cama: un premio semanal que quedó así establecido y se ha impuesto independientemente de los ánimos desanimados con los que muchas veces se llega a esta hora.

Besos de buenas noches rellenos de actos de contricción y promesas que yo siempre creo, repaso de algunos buenos momentos y mi sonrisa algo aliviada pensando que a veces es bueno llegar al final de la jornada.

Cinco minutos, sólo cinco minutos después me encuentro con esta estampa:




Miro a nuestros hijos con cariño y me llenan de ternura. En cinco minutos me ha vuelto a cambiar la cara y vuelvo a tener las pilas totalmente cargadas. Soy una madre encantada y sin ganas de que se rompa el hechizo. Mi memoria se ha reorganizado y pasa a primera fila esta última imagen, mientras una parte del día va a la papelera de reciclaje. Y mañana será mañana, en el que las fórmulas mágicas y matemáticas, salpicadas de imprevisibles vivencias, nunca serán exactas.

Txell

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