jueves, 5 de julio de 2012

Independencia infantil

"Jaume, mira si los papás duermen", oigo medio dormida, pero estoy tan cansada que no puedo abrir los ojos y no hago demasiado caso. Es domingo y no tengo grandes obligaciones ni compromisos, así que estiro el sueño un poco más. Seguro que todavía estoy dentro de él.

Al cabo de poco rato, vuelvo a escuchar pasitos por el pasillo y trasteo de cacharros en la cocina: son los niños, no hay duda....y pese a ser domingo, ya están en acción. Hablan bajito, pero la emoción les hace ir subiendo el volumen, así que descifro algo de la conversación: "La taza de mamá, está aqui..." "¿Tienes ya los cereales?" "Voy a buscar unas natillas, que están en la nevera" "¿Tú sabes cómo se hace el café de papá?"...

Me imagino lo que están haciendo y, sinceramente, me inquieta la preparación, ya que en nuestra cocina, no está todo al alcance de niños. Pero decido relajarme: sólo el tono de ilusión que ponen en toda la preparación me alegra y tranquiliza. Decido confiar en ellos. Tienen 4 y 6 años, pero parecen un equipo organizado.

Contentos, después de haber completado su "misión", vienen a buscarnos a nuestra habitación. Yo me hago la dormida, intentando que no se me note, aparentando relajación, cuando no sé si sonreír o preocuparme.

"¡Buenos días, os hemos preparado una sorpresa!" "Venga, que ya es de día, a despertaros!". Abro los ojos y me encuentro dos niños felices y despeinados, de la mano y con las zapatillas puestas. Bostezo forzadamente y no me dejan acabar, casi sin respirar, insisten en que vayamos a la cocina. Eduard, que no se ha enterado de nada, nos sigue autómata, quizá pensando que sigue instalado en la otra dimensión, pero hace un esfuerzo por entender lo que está pasando.

"Tachán". La mesa de la cocina está preparada para desayunar. Los niños se han puesto natillas, cereales y galletas. "Mamá te hemos puesto el vaso de la Abeja Maya, porque no llegábamos a tu taza. Y la leche de soja...Y a papá, le hemos puesto Pepsi porque no sabemos hacer café"....Y siguen explicándonos la disposición de las cosas, sintiéndose mayores. Nescafé, azúcar, Nutella para Eduard, pan, tortitas...no falta ni un detalle. Los ojos se me han desenganchado de golpe y mi ternura ya se ha desperezado.

"He utilizado el cuchillo para untar la Nutella, pero ya lo he lavado para que Jaume no se hiciera daño....", nos dice Martina, emocionada. Hermana mayor que, aunque sea menuda, siempre da la talla. Sólo me "falta" el babero para empezar a desayunar, pero el día promete.

Mientras disfrutamos de la sorpresa, miro a nuestros hijos: se están haciendo mayores, al menos para mí. Pienso que hace dos días estaban en el cochecito con el chupete y a mi me parecía imposible que llegara el día en que pudiera mantener una conversación con ellos. Me pregunto donde quedan los pañales, las rabietas, las papillas, la siesta y la lactancia que tanto alargamos Jaume y yo. Sólo un recuerdo de una etapa única e intensa.

En el momento, mi disponibilidad de madre 24 horas me parecía agotadora y eterna, aunque intentaba disfrutarla como podía. Siempre soñaba con dormir un poco más. Y ahora, que parece que algún día voy a lograrlo, no sé si conseguiré el descanso. Una mezcla de orgullo y vértigo me sorprende ante nuevas etapas y diferentes compromisos. Los niños crecen, pero yo no puedo dejar de ser su madre, intentado aprender a ver las cosas con más distancia.

El domingo transcurre como la mayoría en nuestra familia: con las pilas puestas. Nuestros hijos entienden poco de descanso, así que la actividad no cesa. Pese a la lluvia, no se anulan los planes.

Por la noche y tras un día agotador, Martina y Jaume vuelven a sorprendernos, duchándose solos. Les damos un voto de confianza, sin ninguna supervisión. Reconozco que nos cuesta, deseando dar la vuelta y controlar la situación. Pero no: no hay marcha atrás, hay que dejarles disfrutar de su autonomía e independencia infantil.

Mientras tanto, preparo la cena, sintiéndome extraña, con el tiempo menos justo que normalmente y pensando en las novedades del día. Sé que pronto se convertirán en normalidad, que integraremos como rutina y, en según que momentos, como obligación. Una nueva perspectiva: ya no somos participantes, sino espectadores, pero de eso se trata. Como siempre, aprendiendo sobre la marcha.

Los niños aparecen relucientes, con más brillo que de costumbre, tienen luz en la mirada. Jaume nos explica que Martina le ha ayudado a bañarse,pero que él le ha puesto crema en la espalda. Sonrío. Hoy no hay discusiones entre hermanos: la responsabilidad les ayuda a estar totalmente coordinados.

A punto de dormir les digo que estoy muy contenta de que se hagan mayores. "¿El año que viene ya puedo ir sola al colegio?", nos pregunta, muy viva, Martina. "¿Y yo ya puedo ver "Los Vengadores"?" añade Jaume.

Río con ellos y les intento explicar que no hay prisa, que todo irá viniendo poco a poco. "Vale, yo veré "Los Vengadores" cuando tenga 8 años", dice Jaume convencido.

"Ya veremos", es mi frase, intentando concretar poco.

Después de las "buenas noches" vuelvo a oír la vocecita de Jaume:"Mamá, ¿cómo se hace para tener 8 años mañana?". Y, por un instante, la sensación de que el tiempo vuela vuelve a hacerme sentir vértigo.

Txell.

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