sábado, 22 de septiembre de 2012

Niños interactivos

Voy a la farmacia con Jaume. Le peso en una de las máquinas en las que tienes que poner una moneda. Sale el ticket con sus medidas y se lo doy.," Y este papel, ¿Para qué sirve?", me pregunta Jaume. "Te explica lo que mides y lo que pesas", le contesto. "Ahhh...¿Y nada más? ¿No sirve para participar en un concurso o alguna cosa así?"

Intentando disimular la risa que se me escapa, le explico que el papel es para guardarlo como recuerdo y para acordarte de tus medidas cuando casi tenías cinco años. Jaume asiente, pero me mira extrañado. No entiende que no haya una explicación o que el papel no sirva para obtener más cosas. Los niños de hoy en día no entienden una acción sin respuesta: todo es interactivo.

Casi sin quererlo, me traslado en el tiempo y pienso cuando yo tenía la edad de mis hijos. Éramos una generación diferente, más conformista y resignada, pero no por ello infelices, sino todo lo contrario.

Sufríamos con Heidi y Marco, pero asumíamos que la historia era así: no pensamos nunca en cambiarle el final, en rebobinar la película o hacer un montaje en el que la señorita Rotenmeier desapareciera para siempre.

Tampoco nos parecía extraño que la niña viviera en las montañas con el abuelo y sólo se alimentara de pan, queso y leche de las cabras; simplemente seguíamos la historia, llorábamos a moco tendido y esperábamos con ansia el siguiente fin de semana para volvernos a reunir todos ante la televisión del comedor, viviendo intensamente las historias de Heidi y consolándonos mutuamente. Teníamos la paciencia entrenada.

La historia de Marco era todavía más surrealista: un niño pequeño con un mono, perdido por los Andes y buscando a su mamá. Un drama en toda regla. Pero yo no recuerdo que me traumatizara: veíamos el capítulo, Marco no acababa nunca de encontrar lo que buscaba, sufríamos en el momento...pero después no le dábamos ni una vuelta más, ya que nos íbamos a jugar sin que los mayores participaran en todas nuestras historias. Y no pasaba nada: ni pesadillas, ni psicólogos infantiles...frustración y juegos, alegría y desengaños formaban parte de nuestro día a día y de nuestro crecimiento. Y a Marco y a Pippi Calzaslargas no los visitó nunca el defensor del menor, porque sus simples diálogos nos divertían y nos entretenían. Y nosotros no nos preguntábamos por qué estaban solos.

Recuerdo un respeto diferente a las personas mayores: preguntabas y pocas veces recibías la respuesta que esperabas. Quizás porque eras pequeño y no tocaba. Y con el tiempo aprendías que había un mundo de adultos diferente del de los niños y a dosificar tus preguntas. La inquietud se apaciguaba jugando en la calle, montando cabañas y construyendo nuestro mini mundo a base de imaginación.

Vuelvo a mirar a Jaume con nostalgia del tiempo pasado. Pienso en todo en lo que el mundo ha evolucionado y todas las oportunidades que ellos tienen. Información y sobreestimulación, preguntas con múltiples opciones de respuesta y protagonismo infantil exagerado. A veces pienso en cómo sería si yo hubiera tenido sus vivencias. Y no sé si me habría gustado.

"Mamá, ¿Por qué estás tan callada?", interrumpe Jaume mis pensamientos. "Estaba pensando en cuando era pequeña", le contesto, con cierto aire de melancolía. "Pero mamá, ¿Tú has sido pequeña, no has sido siempre mi mamá?". Con este planteamiento, mi añoranza se relaja y pienso que la interactividad, la inquietud y las preguntas de mis hijos hacen que la evolución no me parezca tan desafortunada.

Txell

No hay comentarios: