miércoles, 25 de enero de 2012

40-1

22 de Enero. Es domingo y todavía no son ni las 8 de la mañana. Disfrutando de mis últimos sueños, ya oigo un murmullo en la habitación de nuestros hijos. Afino el oído, pero no puedo escuchar con precisión lo que están diciendo. Ruido de zapatillas, puerta del lavabo y noto unos dobles pasitos que se acercan a nuestra cama. Me hago la dormida hasta que sus fuertes respiraciones y vaho infantil invaden mi cara. "Mamá, ¿Estás despierta?".

Abro los ojos simulando que estoy sorprendida y me encuentro dos sonrisas ilusionadas de dientes de leche, sinceras y expectantes..."¡Felicidades mamá, es tu cumpleaños!" Yo también sonrío, con los músculos de la cara todavía adormecidos y ojos semi- enganchados. Triple achuchón mañanero con besos sonoros y apretados. Eduard, todavía en fase REM, hace un esfuerzo por unirse a la causa con un "per molts anys (felicidades)" ininteligible. Valoro sus buenas intenciones a estas horas de la mañana. Los niños me dicen que no me mueva, que me tienen reservada una sorpresa...

Mientras aprovecho los últimos minutos de descanso, ellos mueven trastos por la casa, pero hago la vista gorda. " Mamá, ya puedes mirar", me dice Martina". " Sigue el camino de juguetes que te llevará a tu regalo". Como la protagonista del Mago de Oz sigo la ruta marcada por el hotel de Pinypon, la caja de magia, dos cuentos infantiles, un bolsito y un juego de cartas. En el sofá me espera un dibujo que tiene el sello de Martina: grandes corazones, marcianitos con personalidad y un mensaje muy cariñoso. Le sonrío y ella se muere de vergüenza, consciente de que el regalo me ha llegado.

"Ahora me toca a mi"- dice Jaume. El mismo procedimiento, ahora es un caminito con la casa de Batman, filas de coches y un disfraz. Mi segundo regalo es una corona del roscón del día de Reyes, que Jaume me coloca con cuidado y dice que no me la puedo quitar. Soy una princesa cumpleañera que sonrío a una cabeza llena de rizos desordenados.

Ya en la cocina, unos morritos llenos de chocolate me apuntan que hay desayuno especial para una fecha especial. Y el día también parece que haya sido por encargo: claro y luminoso, luce un sol exento de nubes.... Un regalo para mí. Parece mentira: estamos en invierno y es primavera. Con este tiempo, los años no pesan y me olvido de la crisis pre-cuarenta, de mis despistes cotidianos y de mi falta de paciencia. 

Decidimos aprovechar el día y nos lanzamos a la carretera, engrosando el número de coches que han pensado lo mismo que nosotros. Martina acierta el destino escogido y emocionada, le explica a Jaume que vamos a la playa y que nos bañaremos. Les seguimos la corriente, conscientes de que la ilusión de nuestros niños no entiende de estaciones y que, para ellos, la palabras sol y arena implican remojón asegurado.

Aterrizamos en nuestra cala preferida y mientras nos impregnamos de aire de mar, nuestros "Speedy González" ya se han quitado la ropa y van directos al agua. Imposible frenarlos, lo único que nos queda es observarlos, porque ya nos imaginamos de lo que son capaces. Piernas fuertes y veloces que corren y saltan y felicidad desbordante salpicada por las olas. Sobredosis de aire puro que llena nuestros pulmones y nuestros pensamientos. Immortalizo la escena, aunque ya forma parte del disco duro de mi memoria, y el resultado es sorprendente. Reconozco que cada vez que veo la foto, me emociono.



Eduard se une al baño y aunque intenta animarme, yo soy más de secano. Me mojo los pies y pienso que los niños van a salir azulados. Pero está claro que tienen diferente termostato corporal y después de unos toques de toalla, se ponen a construir castillos de arena. Me relajo mientras juegan tranquilos, disfrutando de la vista y destensando la mente. Pienso que me gustaría que este paisaje formara parte de nuestra cotidianidad, pero a lo mejor cada día perdía la gracia.

Pocos minutos después, unas caras cómplices buscan mi mirada. Presiento alguna sorpresa y no me equivoco. Un cumpleaños no puede ser completo sin un pastel, así que tengo uno enorme frente a mi: montaña de arena con churritos y un pegote que simula una vela. Mis hijos cantan felices el "cumpleaños feliz" acompañados tímidamente por su padre. Pido un deseo y soplo un simulacro de tarta que cumple su función a la perfección. Me lo dicen hace años y no me lo creo, pero la improvisación, con niños, me resulta hasta divertida.

Completamos el día con una comida que huele a vacaciones: verano en invierno, el sol que luce nos hace perder la noción del tiempo. Sin prisa y con risas cambia la cara. Disfruto compartiendo mesa con los míos: se han compinchado para hacerme feliz.

De vuelta a casa, Jaume interrumpe mis pensamientos, que están recordando el día. "Mamá, ¿y tu regalo?" "Jaume, mi regalo sois las tres personas que más quiero". Él sonríe extrañado: "Ya, pero quiero decir una "cosa" de regalo...."

Bajo de las nubes y lo miro: "Este año, no necesito ninguna "cosa"...además, tengo una corona y un dibujo...". Me contesta con un "ah, claro", pero estoy segura que no lo acaba de entender. Yo también he sido niña y siempre he esperado alguna "cosa" el dia de mi cumpleaños. Me doy cuenta que, inconscientemente, me hago mayor, pero que la madurez bien entendida es un increíble motor para disfrutar de las intensas vivencias como regalo.

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