martes, 5 de junio de 2012

Preparando la maleta de colonias

Lunes. 6:30 de la mañana. Noto unos golpecitos en la espalda. Abro los ojos. Es Jaume, nuestro hijo de 4 años. "¿Preparamos la maleta para las colonias?". De pronto, lo veo mayor. Por unos segundos, su cara de trasto achuchable desaparece, y aparece un niño responsable. "Déjame un ratito más, Jaume, hasta que suene el despertador....y la preparamos juntos...."...

Jaume se acurruca a mi lado y me abraza, casi estrujándome. Hoy marcha de colonias y hay sesión extra de mimos. Y la verdad, no sé quién se aprovecha más de la situación, porque a mi me encantan estos momentos y procuro disfrutarlos. Sé que llegará un día en que estos abrazos no serán para mi, pero ahora no es la hora de pensarlo.

El despertador suena. Es hora de ponerse en marcha y Jaume, amoroso, se ha quedado dormido a mi lado. No lo despierto. Prefiero una primera organización somnolienta para después ponernos todos en marcha. Después de un fin de semana bien aprovechado y en buena compañía, ayer llegamos a Barcelona demasiado tarde como para pensar en bolsas y excursiones, confiando en el despertador de esta mañana. En casa ya nos hemos acostumbrado a los nervios de última hora y la presión e, increíblemente, las cosas acaban saliendo. No doy para más, no tengo máquina del tiempo.

Repaso la lista de cosas necesarias para las colonias. Después de tres minutos de colapso, me centro y preparo la sala de operaciones, que es la mesa del comedor. Cojo el rotulador permanente para marcar todo en tres segundos: el neceser con el cepillo y la pasta, que ya sé que acabará un poco pringosa; la proteccion solar extrema para niños blanquitos; la mini toalla que no ocupa y la protección de labios, que no entiendo muy bien por qué nos la han pedido. No incluyo el peine que, aunque sale en la lista, considero innecesario para los rizos desordenados de nuestro hijo: no lo veo peinándose en dos días de excursión. No me olvido de la pulsera antimoquitos: la verdad es que pensaba que era una chorrada pero, al no encontrar las pegatinas de repelente en la farmacia, he rectificado y me he adaptado a la situación....y hasta me hace gracia, colocada en el tobillo de Jaume, ya que su muñeca, aparte de estrecha, corre el riesgo de continua manipulación, fruto de los nervios de sus días de independencia.

Cuando ya estoy medio organizada, los niños y Eduard se despiertan y colaboran en el montaje. Eduard, experto en puzzles, coloca ordenadamente todas las cosas en la maleta: el juego de cama, ropa de recambio (he tenido tiempo hasta para dudar si le ponía manga corta o larga y del grosor del pijama), chaqueta, bambas....Jaume se distrae con la linterna y las lucecitas, mientras Martina quiere participar haciendo el mismo trabajo de su padre. Cada uno con su rol y, a pesar de los nervios y la prisa, va saliendo el trabajo.

Cantimplora con agua, bolsas de plástico para urgencias o para la ropa salpicada de tierra, gorra y zapatillas de plástico, varias explicaciones a Jaume de donde están las cosas (cuando seguro que se ha enterado a la primera)....creo que ya lo tenemos todo.....

"¡Falta una cosa!", dice Jaume, apareciendo sonriente con su peluche de los Clanners....un mini muñeco, amarillo y desgastado por el uso, que va a ser su compañero nocturno y que le ayudará a encarar con más compañía su noche de aventura....El niño mayor que me ha despertado esta mañana vuelve a ser el Jaume de siempre. Y me gusta: no hay prisa por crecer ni quemar etapas, sólo tiene cuatro años. Emocionado, lo coloca la maleta y Martina le ayuda a cerrarla.

Después de desayunar, Jaume ya está preparado con el chandal del colegio, la gorra por la que asoma su "melena" y la maleta de ruedas que no para de recorrer la casa. Jaume la arrastra, haciendo prácticas de conducción en un pasillo de reducidas dimensiones.

Saliendo de casa, Martina y Jaume, espontáneamente, se dan un gran abrazo. "Que te lo pases bien" "Y tú también....". ...Me enternecen estos momentos y pienso, que este cariño entre los dos significa que algo estamos haciendo bien. Disfruto de la escena sin cámara, pero el objetivo de mi retina llega directamente a mi corazón.

Ya en la puerta del colegio, nos encontramos con todos los padres, preparados para despedir a sus hijos. Caras sonrientes, expectantes, emocionadas o contenidas, esperando la entrada en el autocar de nuestros niños. Cuando aparecen, todos nos transformamos, buscando al nuestro, con saludos que no paran, diciéndoles cosas como si nos oyeran entre el barullo de la gente y deseando volverlos a abrazar una vez más.

Nuestros hijos sonríen, saludan, tiran besos y también se emocionan. Momento corto, pero intenso. Y mientras adivino la silueta de Jaume a través del cristal del autocar, sólo pienso en todo lo que va disfrutar, aunque sé que, insconcientemente, ya lo estoy echando de menos.

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